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Corazón de neón. Lugar de acogida y meca de un mundo nuevo, Nueva York siempre ha mirado a Europa en busca de modelos edilicios. Desde su Museo de Arte Moderno, las ideas y formas de la vanguardia del viejo continente se transformaron en un estilo internacional que se extendió por el mundo. La pujanza económica norteamericana de la pasada década ha dejado sentir también sus efectos en la arquitectura de la gran manzana, donde lo vulgar y lo extraordinario continúan conviviendo para darle la razón a Koolhaas, quien en Delirious New York describió esta ciudad como la de las paradojas urbanas.
Sumario
David Cohn
Manhattan como musa
Europeos en Nueva York
Charles Thanhauser
Revitalizar Nueva York
Arquitectura y mercado
Michael Sorkin
Paradigma Times Square
La multinacional temática
Edificios: proyectos y realizaciones
Manhattan y alrededores. Portzamparc levanta una torre para LVMH y Fox y Fowle otra para Condé Nast sin batir récords de altura; Polshek amplía el Museo de Historia Natural con un planetario, y Tschumi renueva el campus de Columbia con el Lerner Hall, un edificio multiuso; Garofalo, Lynn y McInturf convierten en iglesia una lavandería de Queens, y ARO construye un centro de reclutamiento para el ejército en Times Square; Diller y Scofidio diseñan una brasserie en el edificio Seagram, y Gehry les da la réplica con otra en el Condé Nast. Los hoteles de Nouvel en Brooklyn y de Koolhaas con Herzog y de Meuron en Astor Place, así como el Museo de Arte Popular Americano de Williams y Tsien se harán pronto realidad, mientras que la reordenación de Eisenman para el West Side de Manhattan es una propuesta teórica.
Arquitectura
Christian de Portzamparc
Fox y Fowle
James Stewart Polshek
Bernard Tschumi
Garofalo, Lynn y McInturf
Architectural Research Office
Diller y Scofidio
Frank Gehry
Jean Nouvel
OMA/H&deM
Williams y Tsien
Peter Eisenman
Libros, exposiciones, personajes
Distancia crítica. El MoCA de Los Ángeles organiza una gran exposición de Rudolph Schindler, y otras en Francia celebran el centenario de Jean Prouvé, dos figuras que se agrandan con la distancia histórica. Arte / Cultura
Juan Coll-Barreu
Los Ángeles de Schindler
Jean-Claude Garcias
Prouvé, un Tintín de izquierdasIntérpretes centenarios. Coinciden este año los centenarios del catalán José Luis Sert y del norteamericano de origen estonio Louis Kahn, que cuestionaron desde la teoría y la práctica los dogmas de la ortodoxia moderna. Xavier Costa
Sert: la inflexión moderna
Luis Fernández-Galiano
Kahn, el presente eternoEl filón de la historia. Monografías de Breuer y Coderch, o un repaso a las casas de la modernidad: la producción editorial tienen su mayor veta en el siglo pasado, cuyos logros se utilizan como vara de medir el presente.
Historietas de Focho
Toyo Ito
Autores varios
Libros
Paisajismo, diseño, construcción
Geografías de la salud. En el mapa español de esta arquitectura de primera necesidad aparecen tres nuevos enclaves, ejemplares en su rigor programático y en su implantación: en un populoso barrio navarro, un cofre hermético y luminoso; junto a un puerto gallego, una atalaya ligera y transparente; y en un anónimo borde urbano catalán, un tapiz de patios colorista y cerámico. Técnica / Estilo
Francisco Mangado
Centro de salud en Pamplona
Irisarri y Piñera
Centro de salud en Domaio
Lay, Muro y Rosell
Centro de salud en CastellarPara terminar, Ana Mª Torres se hace eco de la preocupación acerca del futuro de muchos hitos de la modernidad corporativa norteamericana; fruto de un momento de experimentación constructiva y de sensibilidad empresarial hacia el poder de comunicación de la arquitectura, estos edificios muestran su fragilidad ante el paso del tiempo y deben considerarse una especie protegida. Productos
Particiones, suelos, ventanas
Resumen en inglés
Corazón de neón
Ana María Torres
‘Made in America’
Luis Fernández-Galiano
Corazón de neón
La gran manzana tiene el corazón de neón. Si se muerde, su pulpa resplandece: no alimenta, pero ilumina. Convertida en espectáculo y réplica de sí misma, la Nueva York fabricada con la sustancia de los mitos es hoy el motor de la industria de los sueños, y eso que Philip Roth llama «el triunfo de la superficie» encuentra su escenario más cabal en Times Square, un nudo de neón para enredar al animal moribundo en simulaciones sedantes que suponen «el triunfo de la trivialización sobre la tragedia». Hace casi un siglo, otro Roth, Henry, contemplaba el mundo nuevo al que había llegado por Ellis Island con los ojos abiertos del terror infantil, y prefería dar el nombre de sueño a su vigilia dolorosa.
Era la misma ciudad que un Juan Ramón Jiménez recién casado calificaba de «marimacho de uñas sucias», un «trust de malos olores» con «anuncios mareantes de colorines sobre el cielo», que hacían al poeta preguntarse en Broadway: «¿Es la luna, o es un anuncio de la luna?»; la misma que el Dos Passos de Manhattan Transfer presentaba con ráfagas veloces como una metrópolis frenética y fugaz; y la misma que García Lorca describía, desde lo alto del Chrysler, como «una reunión de cloacas donde gritan las oscuras ninfas del cólera», una Nueva York de «fango y luciérnaga» que sólo alivia su «angustia imperfecta» cuando «la nieve de Manhattan empuja los anuncios y lleva gracia pura por las falsas ojivas».
Esa metrópolis insomne y ominosa fascinó a los arquitectos europeos tanto como a los poetas, y en las impresiones de viaje de Behrens, Neutra o Le Corbusier en los años veinte y treinta se respira una atracción ambigua por su violencia musculosa y caótica que no es muy diferente de la que alienta en los textos de Lorca o Mayakovski. Pero es una admiración a distancia, teñida por el extrañamiento y el desasosiego ante una ciudad áspera y enérgica, que todavía en los ochenta seguía siendo para Paul Auster «el más desolado de los lugares, el más abyecto. La decrepitud está en todas partes, el desorden es universal... La gente rota, las cosas rotas, los pensamientos rotos. Toda la ciudad es un montón de basura.»
Habría que esperar a los noventa para que Nueva York se transformase en la metrópolis amable de su mito, el Manhattan de Woody Allen y el Brooklyn de Smoke, un lugar neurótico e higiénico que se tiñe con los colores de caramelo de Dick Tracy y remeda la Calle 42 con simulacros tan trivialmente correctos como las referencias culturales que trufan el cuaderno neoyorquino publicado por José Hierro en los compases finales del siglo. De Roth a Roth, y de Jiménez a Hierro, la visión interior de los novelistas y la mirada exterior de los poetas descubre un tránsito del drama a la comedia que marca, en la arquitectura como en la vida, el triunfo de la superficie y la victoria agridulce del neón. Seguramente no es una tragedia.