Madrid presume de perfil precario, y probablemente sea éste su privilegio predilecto. Sometidos por doquier al peso grave de la identidad, carecer de carácter resulta un raro lujo que libra de la carga insoportable de la adhesión incondicional. Habitamos Madrid sin ser habitados por ella, y ese vínculo versátil resume la libertad esencial de las metrópolis: sin fidelidades tribales, porque su población se apelmaza en olas migratorias, y sin raíces vernáculas, porque su territorio se agrega en pulsos expansivos, la sangre y la tierra de Madrid son la gasolina y el asfalto. La ciudad castiza de las zarzuelas invitaba a subir de Madrid al cielo; la actual ciudad genérica ha mudado el lema por otro más cínico: de Madrid el suelo, y ha hecho del turbión inmobiliario su principal industria. De esta suerte, la urbe parasitaria del franquismo, que Cela describió como una mezcla de Navalcarnero y Kansas City poblada de subsecretarios, es hoy una metrópolis acelerada que se mira sólo en el espejo convexo del modelo americano.

Tercera ciudad de Europa en población, tras las conurbaciones colosales de Londres y París, y segunda ciudad del continente en volumen de obra, tras el Berlín reconstruido para atender la demanda de la capitalidad recuperada, el Madrid de vocación global que aspira a los Juegos Olímpicos de 2012 —en competencia con otras ocho ciudades del mundo— es un motor pasado de vueltas cuya taquicardia estruendosa no se sabe bien si es indicio de vitalidad o de dopaje. Ante la estupefacción de los barceloneses ensimismados, que han expresado sucesivamente su diagnóstico en dos ensayos periodísticos de su antiguo alcalde (“Madrid se va”, “Madrid se ha ido”), esta ciudad con esteroides ostenta su musculatura química para jugar en una liga urbana más exigente que aquella plácida emulación europea donde Maragall supo situarse como referencia y paradigma. Madrid ha elegido la alta competición, pero aún no es seguro si su desbordante energía politoxicómana será beneficiosa a largo plazo para la salud urbana.

Obligada a pasar esa ITV de ciudades que es una candidatura olímpica,Madrid se someterá hasta 2005 a un riguroso chequeo que puede ser útil para limitar los excesos en el consumo de anabolizantes inmobiliarios. De igual manera que las federaciones intentan controlar el abuso de estimulantes, el énfasis del COI en el respeto de los proyectos al medio ambiente puede tener el efecto feliz de moderar el fervor por la construcción que perfora el suelo y eriza con grúas el cielo de Madrid. Pero Vicente Verdú ha explicado que tras el triste capitalismo de producción y el trivial capitalismo de consumo, este capitalismo de ficción es sobre todo tramposo, y cabe temer que el esfuerzo por pasar los exámenes olímpicos con sostenibilidad à la Sidney resulte en un mero maquillaje que ‘ponga guapa’ la ciudad con cosmética ecológica.El alcalde Ruiz-Gallardón inicia su mandato con una burbuja de cemento,y hay que confiar en su talento equilibrista para mantenerla suspendida en el aire leve de esta ciudad febril.


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