Opinión 

La fortaleza velada

Luis Fernández-Galiano 
31/10/2016


Las míticas columnas de Hércules marcaban el límite del mundo conocido —non terrae plus ultra— y su identificación hipotética con el peñón de Gibraltar y el monte Hacho de Ceuta señalan el umbral oceánico del Mediterráneo, que llevaría a la Monarquía española a elegir la divisa Plus Ultra como emblema de su expansión americana. Pues bien, Ángela García de Paredes e Ignacio García Pedrosa han sabido levantar en Ceuta, tras un cuarto de siglo de trayectoria profesional independiente, una obra singular con la que traspasan sus propias columnas de Hércules, marcando un punto de inflexión en su carrera y abriendo horizontes nuevos que les llevarán más allá —plus ultra— de sus territorios familiares, acaso en búsqueda de la Atlántida con la que soñó el tío abuelo de Ángela, Manuel de Falla: un músico que quiso hallar el Templo de Hércules en el islote gaditano de Sancti Petri, donde casi un siglo después sus descendientes construirían su casa de verano frente a los esteros.

Al otro lado de un Estrecho que han cruzado más de un centenar de veces, Paredes y Pedrosa han sabido interpretar con inteligente voluntad sincrética la naturaleza de un lugar caracterizado por los valiosos restos musulmanes y la exigente topografía de la parcela, evocando a la vez los pliegues severos de las defensas litorales y las celosías que protegen del deslumbramiento solar para construir una biblioteca pública que es también un recinto arqueológico y un centro comunitario. Esta fortaleza velada es al cabo un condensador social de vida vibrante, un espacio de encuentro para gentes de diferente origen, religión y edad, y un motivo de orgullo para la ciudad donde se engarza como una gema de aluminio y luz, sujeta por los biseles de hormigón de su basamento oblicuo, y apoyada en los pilares parietales que evitan con delicadeza las trazas del asentamiento urbano del siglo xiv, donde se inicia la estratigrafía histórica de este palimpsesto de culturas mestizas o metecas.

En su obra ceutí, los arquitectos han amalgamado con decisión las diversas demandas funcionales y las diferentes herencias ambientales, haciendo coexistir sin esfuerzo el estudio y la visita, la construcción moderna y la tradición islámica. Pero también han logrado fusionar un cúmulo de influencias arquitectónicas en un todo coherente, orquestando las lecciones de José María García de Paredes o Antonio Fernández Alba con la incorporación de las ruinas por Moneo en Mérida o la fenestración monumental de Sota en Tarragona, y reuniendo los derrames de Utzon en Mallorca con los interiores de Navarro Baldeweg en Altamira, e incluso con el momento Seattle de la cubierta facetada de vidrio: un paisaje pálido de citas que alcanza su instante más hermoso en el aire detenido sobre la tierra abrupta de los restos arqueológicos, donde levita un enjambre de lámparas ingrávidas, delgadas como patas de garza y leves como luciérnagas, que proyectan luz no usada para crear un espacio de áspera serenidad.


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