Latinoamérica celebra en 2010 el bicentenario de su independencia. La Venezuela bolivariana inicia el ciclo conmemorativo el 19 de abril, Argentina lo hará el 25 de mayo, Colombia el 20 de julio, México el 16 de septiembre y Chile el 18 de ese mismo mes. Estos cuatro últimos países —junto con Brasil, que se separó de Portugal en 1822—componen el mosaico de este número, que quiere reflejar el auge actual de las arquitecturas de América Latina, y que se ha hecho coincidir con esta efemérides plural. La dispersión de las fechas, que se prolongarán hasta una docena de años en diferentes países, expresa la complejidad de los procesos de independencia, y explica asimismo la diversidad de las repúblicas que surgieron de la pugna con la monarquía española: un centón de países que han atravesado épocas de postración y prosperidad, y que en esta hora se debaten entre los populismos autoritarios y los reformismos democráticos responsables de ‘historias de éxito’ como el Chile de Lagos y Bachelet o el Brasil de Lula, erigido en líder indiscutible de un continente tan abierto al exterior como capaz de proyectarse a través de sus emergentes ‘multilatinas’.
Si el primer centenario del inicio de la Guerra de la Independencia española y de las guerras de emancipación americanas fueron ocasión de reencuentro —de la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza en 1908 a la Exposición Internacional de Buenos Aires en 1910—, el segundo puede traer consigo revisiones históricas que hagan tambalearse muchas mitologías patrióticas a ambos lados del Atlántico. La Revolución Francesa vio agrandarse el lado oscuro del Terror durante los fastos en sordina del bicentenario en 1989, y ni Colón en 1992 ni Vasco de Gama en 1998 salieron incólumes del quinto centenario de sus gestas marítimas, por más que propiciaran grandes exposiciones en Sevilla o Lisboa. Hoy, las Américas latinas celebran doscientos años de independencia conscientes de la unión inextricable de heroísmo y horror en las que al fin y al cabo fueron guerras civiles, y conscientes también de que el desenlace supuso el reemplazo de una dependencia política por otra económica que ha condicionado su destino ulterior, dibujando un panorama fragmentado que ha sido fermento de revueltas generosas, guerrillas sanguinarias y revoluciones agostadas.
Entre estas tinieblas y fulgores, donde el rechace nativista —y al cabo académico—del arte ‘de los godos’ coexistió con el fértil mestizaje de las palabras, las formas y las músicas ‘de ida y vuelta’, la América indígena y criolla se enriqueció con el flujo vital de los inmigrantes europeos hasta devolvernos nuestra imagen en su espejo, y ahora nos ofrece una floración exuberante de talento arquitectónico que aspira a medirse con los logros de su inagotable acervo de escritores. Impulsada por un nuevo clima político y social, pero también por los cambios económicos de los años noventa del pasado siglo y por el reciente boom de las materias primas, esta generación de proyectos aborda a la vez los grandes problemas urbanos del continente —representada en nuestra cubierta por la emblemática Biblioteca España, que resume el Medellín ejemplar del ex-alcalde Sergio Fajardo— y la reflexión más íntima de sus autores, como ilustra en la página enfrentada a ésta la evanescente y grave tumba selvática construida para su padre por el paraguayo Solano Benítez: en esas dos imágenes se condensa la nueva ‘meditación del pueblo joven’ que a través de las obras aquí se ofrece.