Cristián Undurraga y Ana Luisa Devés han creado obras sin pedestal. Hace más de cuatro décadas fundaron un despacho de arquitectura que se dio a conocer internacionalmente con el premio Palladio, un galardón para autores menores de cuarenta años que James Stirling, Manfredo Tafuri, Rafael Moneo y Francesco Dal Co otorgaron en 1991 a su Casa del Cerro, una geometría material que se inserta con aplomo en el paisaje. En el transcurso de los años noventa, los intereses y la conveniencia de Ana Luisa desplazaron su atención hacia la escultura, y desde los inicios del siglo la responsabilidad de los proyectos recayó sobre Cristián. Pero tanto las piezas concebidas por ella como los edificios diseñados por él comparten la naturalidad de las obras que no requieren pedestal, porque se afirman sin esfuerzo adueñándose del espacio con claridad dispositiva, eficacia constructiva y calidez artesanal, y tal descripción es aplicable a los proyectos posteriores al año 2000 que aquí figuran.

Obras éstas de programas y lenguajes diversos, su variedad se enhebra con el hilo conductor de la disciplina funcional, el pragmatismo técnico y la elegancia representativa, para lograr la sencillez difícil de la mejor arquitectura. Rafael Moneo, que desde aquel lejano concurso ha seguido el trayecto del estudio, encuentra en la racionalidad de la planta, el protagonismo de la estructura y la atención al lugar los rasgos esenciales de su trabajo. Y Fernando Pérez Oyarzun, que conoce íntima y detalladamente las obras que jalonan su itinerario, prefiere agruparlas por categorías tipológicas para subrayar la extrema profesionalidad con que se abordan empeños tan diferentes como los espacios públicos, los edificios culturales o religiosos, las sedes administrativas o educativas y los proyectos residenciales, resueltos siempre con trazas que saben hallar un equilibrio ecuánime entre convención e innovación, reconciliando las limitaciones del encargo con la voluntad expresiva.

En la encrucijada entre geometría y geografía, entre el orden que regula la lógica estructural o la convivencia civil y el desorden de los lugares azarosos o las vidas de las gentes —acaso apocopada en las plazas que abrazan el Palacio de La Moneda, las de la Constitución y de la Ciudadanía— la obra de Cristián Undurraga da voz a su país a través de la materialidad elocuente de la construcción. Sea en las modestas viviendas para una comunidad mapuche en la periferia de Santiago o en el colosal pabellón que representó a Chile en la Exposición Internacional de Milán y hoy se levanta en la Araucanía, el rigor tectónico de la geometría manifiesta la diversidad vital de la geografía. Y todo ello con la emoción táctil de una arquitectura natural que persuade sin abrumar, que se presenta sin imponerse, y que se asienta en su lugar físico y social sin necesidad de un pedestal retórico que la aleje del suelo firme y fértil de la responsabilidad disciplinar y el compromiso territorial.



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