El cambio de Colombia conmueve y convence. Tras la etapa sombría del narcoterrorismo, las guerrillas y los paramilitares, la última década ha alumbrado un país nuevo, y con él una arquitectura de estimulante vivacidad. Todo es excesivo en la cuna de García Márquez y Botero, y excesivo ha sido también este tránsito vertiginoso de las páginas de sucesos a las páginas de cultura, impulsado por la presidencia de Uribe, pero también por alcaldías ejemplares como la de Sergio Fajardo en Medellín, una ciudad que se ha convertido en el símbolo de este renacimiento. Hace apenas veinte años, la capital antioqueña se asociaba sobre todo a Pablo Escobar y a su cartel criminal, y los que la visitamos entonces pensábamos que la voz más genuina de ese lugar y ese tiempo era paradójicamente el trasterrado Fernando Vallejo, que desde México —por cierto como Álvaro Mutis, que por motivos bien distintos se exilió también allí— hacía más grande a su ‘mala patria’ con su prosa musical, rencorosa e inconfundible. Pero hoy Medellín ha transitado, como quería su carismático alcalde, ‘del miedo a la esperanza’, y realizaciones como el Metrocable, las dotaciones culturales o el conjunto deportivo para los Juegos Suramericanos son a la vez herramientas de transformación social y emblemas de su pujanza: «la más educada», como rezaba el lema programático de la alcaldía, ha sido también la ciudad más celebrada por su arquitectura.

Este auge actual no surge de la nada, porque Colombia puede presumir de una muy rica y estratificada cultura constructiva, que privilegia la continuidad sobre las rupturas retóricas o los desencuentros generacionales, en ocasiones demasiado presentes en su debate arquitectónico. La sombra colosal del desaparecido Rogelio Salmona se proyecta todavía sobre la escena profesional de Bogotá y del resto del país, y aun aquellos que se declaran ajenos a su influencia han acudido, como hiciese el discípulo de Le Corbusier, a beber en las fuentes de la vanguardia europea, en el fondo compartiendo idéntico espíritu de permeabilidad esponjosa a las ideas y las formas de su tiempo. Tan próxima a España por tantos motivos, desde las raíces coloniales hasta la popularidad contemporánea de figuras como Carlos Vives, Juanes o Shakira, la Colombia del café, las esmeraldas y las flores es hoy también la Colombia de la arquitectura, y en las presidenciales de 2010 seguimos con emoción la campaña del tándem formado por dos alcaldes matemáticos, un paisa y un bogotano, que habían hecho de los proyectos municipales un instrumento de regeneración cívica. Hace medio siglo surgió en Medellín un movimiento literario nihilista, inspirado por el existencialismo y el dadaísmo, que se hizo llamar ‘nadaísmo’; la ambición generosa de la Colombia actual ha celebrado el aniversario fundando el ‘todoísmo’ en Bucaramanga.

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