Sociología y economía  Opinión 

La marca hispánica

Identidad corporativa y agitación formal

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La marca hispánica

Identidad corporativa y agitación formal

Luis Fernández-Galiano 
11/03/2000


Aznar promete promover la marca España; pero si las urnas le son favorables, a partir de mañana deberá dedicar su atención a la Marca Hispánica, porque es en esa tierra fronteriza que los condes catalanes emanciparon de la tutela carolingia donde acaso deba buscar los votos de su investidura, articulando el vendaval globalizador de Madrid con las reticencias identitarias de Barcelona. Al comenzar los noventa, las torres inclinadas de KIO se convirtieron en la imagen arquitectónica madrileña del dinero caliente de la última burbuja; en el umbral de una nueva década, la singular torre escultórica de Gas Natural puede llegar a ser el emblema barcelonés de la economía mediática y de un urbanismo que se niega a someterse a los flujos de capitales sin patria.

El expresionismo lírico y la fuerza gestual de la torre con la que Miralles y Tagliabue vencieron en el concurso para construir la nueva sede de Gas Natural puede convertirla en un emblema barcelonés de la economía mediática.

La sede central de la mayor empresa catalana se levantará al borde de la Barceloneta, junto al cinturón del Litoral y en el eje urbano que une el barrio de Gracia con el mar a través del Arco del Triunfo y el Parque de la Ciudadela, sobre unos terrenos que formaron parte de la primitiva fábrica de gas y que hoy ocupan una posición estratégica al costado de la Villa Olímpica.Tras una negociación con el Ayuntamiento que permitió transferir edificabilidad de una parcela próxima hasta alcanzar los 26.000 metros cuadrados del proyecto, la autorización de la construcción en altura exigió la celebración de un concurso de ideas, que la empresa convocó a finales del mes de julio de 1999 entre ocho equipos de arquitectos de la ciudad; un jurado también exclusivamente barcelonés seleccionó en noviembre a dos finalistas, Martínez Lapeña-Torres, una propuesta irónica y festiva con hileras fláccidas de ventanas, y el proyecto de Miralles-Tagliabue; por su condición de pantalla se descartaron el elegante biombo plegado de Ferrater y la refinada lámina listada de Espinet y Ubach, así como el esbelto bloque de Brullet y De Luna; tampoco parecieron adecuados los proyectos fragmentados de Llinás y MBM, e insuficientemente emblemática la propuesta de Henry. Finalmente, a mediados de febrbro Gas Natural eligió a Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, presentando el proyecto al público junto al alcalde de Barcelona, como corresponde a una sede corporativa que aspira a ser también un símbolo de la ciudad.

Evocando los apoyanubes de El Lissitzky o los yunques de Haus-Rucker-Co, esta torre introduce en el mundo de la identidad corporativa la agitación formal que el Guggenheim de Bilbao hizo de rigor para los edificios culturales.

La torre de veinte plantas diseñada por Miralles era descrita por el jurado como «una amalgama de estructuras escalonadas y en voladizo», y por su autor como «un edificio singular... en la silueta de la ciudad» que procura adaptarse a las diferentes escalas del entorno «fragmentándose en una serie de construcciones que al final forman un volumen unitario.» Ambas descripciones son fidedignas, pero ambas se quedan cortas a la hora de verter en palabras la fuerza gestual de esta pieza escultórica, que aletea con violencia sobre el perfil plácido del horizonte marino y la Barceloneta horizontal. A poca distancia de los dos rascacielos de la Villa Olímpcai, y de una altura muy inferior a ellos, la torre de Miralles compite con éxito por el protagonismo visual a través del expresionismo lírico de sus volúmenes, que llegan al paroxismo con el alarde estructural de un cuerpo de seis plantas —el portaaviones, como lo llama cariñosamente el ingeniero del proyecto y uno de nuestros mejores especialistas, Julio Martínez Calzón— que se proyecta en un voladizo de 40 metros a 20 del suelo.

Evocadora de otros sueños visionarios, de los Apoyanubes del ruso El Lissitzky en los años veinte a los yunques colosales de los austriacos de Haus-Rucker-Co en los sesenta, la sede de Gas Natural—batiendo un ala única y grávida con la levedad distraída del lepidóptero del anagrama empresarial— introduce en el mundo de la identidad corporativa el lenguaje agitado que el Guggenheim bilbaíno ha hecho de rigor en el ámbito exhibicionista de los edificios culturales, pero que hasta ahora era raro en el marco de las grandes empresas. Aunque el propio arquitecto del museo, Frank Gehry, ha construido con formas danzantes algunos edificios de oficinas, ni siquiera su última realización de Düsseldorf —tres flanes temblorosos forrados, respectivamente, de ladrillo, estuco y acero, promovidos por una agencia de publicidad y que aseguran haberse convertido en las oficinas de alquiler más caras de la ciudad— se aproxima a la escala formidable, el protagonismo urbano y la audacia estructural de esta sede espectacular y escultórica que será un hito en la geografía de Barcelona y en la biografía de Miralles.

El proceso que ha conducido a este resultado inesperado —pilotado con destreza dentro de Gas Natural por Antoni Flos, un economista que fue Secretario de Estado de Defensa en los ministerios de Narcís Serra y Julián García Vargas— tiene también, desde luego, una lectura política. Gas Natural, que se formó por la fusión de Catalana de Gas y Gas Madrid, es una empresa que hace gala de reconciliar su catalanidad con su condición bicéfala, y que pudo obtener el monopolio de la distribución del gas al adquirir al Estado en 1994 la Empresa Nacional del Gas (Enagás), en una operación polémica que siguió a los acuerdos entre el PSOE y CiU tras las elecciones de 1993. Participada por Repsol y gestionada por La Caixa, el pasado enero se llegó a un acuerdo entre ambos por el cual Repsol YPF absorbe y toma el control de Gas Natural; y a finales de febrero estalló el escándalo retrospectivo de la privatización de Enagás que ha provocado la invitación de Rato a Eguiagaray para que abandone la política y la promesa electoral de José María Aznar sobre el fin del monopolio del gas.

Participantes y jurado: todos los actores del concurso organizado por Gas Natural fueron barceloneses, y las restantes propuestas presentadas se movieron entre el rigor geométrico y la ironía festiva.

En la madeja intrincada de privatizaciones sin liberalización, fusiones y adquisiciones, participaciones cruzadas y alianzas empresariales que están dibujando las nuevas lindes del poder y el dinero, las sedes de las compañías permanecen como los únicos jalones que permiten trazar las marcas del territorio. De ahí las escaramuzas con Villalonga cuando amaga con trasladar la sede de Telefónica a Miami, la pugna con Ybarra cuando mantiene en Bilbao la sede del BBV tras la fusión con Argentaria, o la propia decisión de Repsol de comprar la argentina Yacimientos Petrolíferos cuando advierte que el intercambio de acciones pone en cuestión la ubicación de la sede social. En este contexto, la aceptación por parte de la compañía que preside Alfonso Cortina de la construcción en Barcelona de una sede emblemática para la que desde enero es sólo una pieza del grupo —y una pieza estratégica, al haberse anunciado que el futuro de Repsol YPF pasa por el gas y por la generación eléctrica que lo utiliza como combustible— constituye un gesto de generosidad insólita que sólo puede entenderse desde la resistencia testaruda de nuestra Marca Hispánica a ver diluirse su identidad en un mundo de marcas sin territorio y territorios sin marcas donde la marca España es sólo una ficción electoral.

Martínez Lapeña y Torres

Carlos Ferrater

Espinet y Ubach

Brullet y De Luna

Josep Llinás

Martorell, Bohigas y Mackay


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