Con el deseo de reencontrarse con sus raíces históricas, la compañía de Gas Natural ha erigido su nueva sede en la Barceloneta, en los mismos terrenos en los que hace 160 años se hallaba instalada la primera fábrica de gas de España.

Como un ser vivo que reacciona ante los impulsos externos, el nuevo edificio se desarrolla y extiende respondiendo a los diferentes condicionantes derivados del programa o del complejo entorno. Se pretende conciliar varios objetivos: crear un hito urbano que se sume a las torres que dibujan el perfil de Barcelona, significarse como puerta de la ciudad, dialogar con las casas bajas del barrio y generar espacios públicos de calidad.

 Esta difícil ecuación se resuelve por medio de la fragmentación del proyecto en una serie de construcciones que responden a distintas escalas; cada una adquiere su propia personalidad y recibe un nombre distintivo; a pesar de esta segregación, una piel continua y homogénea envuelve todos los volúmenes, consiguiendo así la imagen de un cuerpo unitario.

Cada parte se bautiza con un nombre. Con 86 metros de altura destaca la Torre; con un voladizo de 25, el Portaaviones; y con un perfil quebrado, la Ménsula. El volumen aterrazado se conoce como Cascada, y el edificio renovado, Salvat.

Con 21 pisos y 86 metros de altura se alza la pieza más representativa del conjunto: la Torre, que gracias a su planta en forma de V abierta parece des-doblarse en dos edificios según la perspectiva. De ella sobresale un apéndice conocido como Ménsula, que se desarrolla desde la planta baja hasta la séptima como un brote desgajado, delimitado por un contorno quebrado y revestido con vidrios facetados que caen en cascada. Desde el octavo nivel al decimotercero la Torre comparte planta con el Portaaviones; un edificio de trece alturas que entre las plantas quinta y novena se prolonga en dirección horizontal hasta alcanzar los ochenta metros de longitud, dejando treinta de ellos en voladizo con el pretexto de trazar metafóricamente el dintel de una puerta de acceso a la ciudad.

El complejo se extiende hacia el interior del solar incorporando un inmueble adyacente, el edificio Salvat, el cual se amplía con la construcción de un cuarto edificio, conocido como Cascada. Ambos se modelan para matener distancias adecuadas con el resto de las piezas; para ello, el primero pierde la última de sus primitivas crujías y el segundo retranquea sus últimas plantas, permitiendo así la entrada de luz natural en los pisos más bajos del Portaaviones.

Como un brote de la Torre que hubiera sido violentamente cercenado, la Ménsula expresa el dinamismo que caracterizó la concepción del edificio, el cual parece cristalizado en un instante de su desarrollo.

El cerramiento, además de dar unidad al conjunto proporciona una imagen abstracta desde la lejanía, mientras que las grandes ventanas que salpican la fachada ofrecen interés en las distancias cortas. Se trata de un muro cortina de cristal espejado con reflejo distorsionado que disimula los forjados y genera una piel en continua transformación.

Un muro cortina formado por cinco tipos de vidrio envuelve todas las piezas del conjunto. Este lienzo abstracto disimula los forjados y refleja de un modo distorsionado el entorno en continua transformación.