Las casas privadas pueden ser muy públicas. Bajo el título The Un-Private House, el Museo de Arte Moderno de Nueva York dedica a las casas una exposición veraniega que utiliza los proyectos domésticos como sismógrafos que registran el temblor del futuro. Aplicando el oído a ese vientre donde laten las formas del siglo que viene, el comisario de la muestra y responsable de arquitectura en el museo neoyorquino, Terence Riley, describe con 26 casas los cambios que en los últimos tiempos han experimentado la familia, la intimidad o el ocio. En ese nuevo paisaje doméstico, las casas privadas se presentan como manifiestos públicos del tiempo en movimiento; exhibicionistas y locuaces, son casas de las que se habla y casas que hablan: con la elocuencia de sus espacios y, habría que añadir, también con la elocuencia de sus propios autores, que a menudo acompañan la presentación de los proyectos con un formidable despliegue de artillería retórica.
Resultado construido de las reflexiones recogidas por su autor en el libro MOVE, la casa Moebius proyectada por Ben van Berkel funde las actividades domésticas en una madeja de recorridos cíclicos y continuos.
Ningún ejemplo mejor de este blindaje discursivo que la casa Moebius, construida en los alrededores de Amsterdam por el joven arquitecto Ben van Berkel, y que llega a su estreno mundial en Nueva York precedida de un bombardeo mediático excepcional. La casa se suministra a las publicaciones acompañada de todo tipo de esquemas y diagramas que ilustran su inspiración en la cinta de Moebius, reforzada por abundantes referencias estéticas y filosóficas, de Max Bense a Gilles Deleuze, y con unos extensos títulos de crédito en los que figura incluso la agencia de Amsterdam que se ha encargado de complementar el habitual reportaje fotográfico con otra colección de imágenes que muestran la casa habitada por seductores modelos masculinos y femeninos.
Esta estrategia de comunicación ha llevado a la casa a los números de primavera de muy influyentes revistas de arquitectura, de la alemana Bauwelt a la italiana Domus, pasando por la francesa L’Architecture d’Aujourd’hui y la japonesa a+u (cuyo número de marzo se titula provocadoramente Rem & Ben, estableciendo un paralelismo entre Koolhaas y su compatriota). Van Berkel, que nació en 1957, ha adoptado un nuevo nombre —UN Studio, donde las iniciales remiten a United Net— para la oficina que comparte con su esposa, la historiadora del arte Caroline Bos, y ese mismo estudio ha diseñado el libro-manifiesto de la firma, que se presentó el pasado 19 de junio. Siguiendo el ejemplo de Koolhaas, que con su estudio OMA y las 1344 páginas de S,M,L,XL estableció un modelo de presentación fielmente mimetizado por otros holandeses (como el MVRDV de Winy Maas y las 736 páginas de su FARMAX), el UN Studio ha producido 816 páginas en tres volúmenes bajo el título de MOVE, donde se registran los movimientos cambiantes de la arquitectura, la moda y la publicidad, y donde el arquitecto se describe como ‘una superestrella’ que será ‘el modisto del futuro’.
Representados en la exposición del MoMA con el insólito proyecto de la casa Kramlich en California, Herzog y de Meuron recogen en la casa Rudin de Leymen las formas arquetípicas de lo doméstico.
El resultado construido de esta sobreabundancia literaria es una casa de hormigón y vidrio en forma de ocho, donde la madeja de itinerarios de la parja propietaria se cruza y se separa a lo largo de unos recorridos que conectan los espacios con fatigosos tránsitos y grietas de luz. Realizada a lo largo de seis años para un matrimonio de profesionales, coleccionista de pinturas del grupo CoBrA, que también quería poseer una obra maestra de la arquitectura, la casa Moebius recuerda inevitablemente las formas aristadas, pendientes y veloces de Zaha Hadid, en cuya oficina el arquitecto holandés trabajó durante un tiempo tras cursar estudios en la prestigiosa Architectural Association londinense; una circunstancia que no resulta demasiado sorprendente si se tiene en cuenta que su más importante obra anterior a ésta, el puente Erasmus de Rotterdam, remitía por su parte al expresionismo escultórico de Santiago Calatrava, que también tuvo en su estudio a Van Berkel durante los inicios de su vida profesional.
En contraste con esta exuberancia formal, la última casa construida por los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron (que en la exposición del MoMA están representados con un proyecto aún no realizado, la casa Kramlich) interpreta lo doméstico con ejemplar laconismo. Entre los prados ondulados y plácidos de la región de Francia próxima al encuentro de las fronteras suiza y alemana, la casa para Hanspeter Rudin en Leymen es un prisma con cubierta a dos aguas que evoca la simplicidad esencial de un dibujo infantil, y que al tiempo flota ingrávida y surreal sobre el terreno, sostenida por pilotis que elevan su volumen con solemnidad metafísica.
El conflicto entre público y privado se aborda con introspección en la casa M de Sejima, con exhibicionismo en la villa en Burdeos de Koolhaas, y con locuacidad en la casa cortina de Ban.
Arquetípica e insólita, esta casa alude a la formación de los arquitectos suizos con el italiano Aldo Rossi, que les enseñó la importancia intelectual de las formas primeras, y a su temprana colaboración con el artista Joseph Beuys, del que aprendieron el impacto emocional de la materia; pero la claridad visual y la sabiduría táctil se trascienden aquí con un objeto exacto y extraño: un bloque compacto de hormigón, asentado sobre una bandeja que lo hace leve y portátil, erosionado en su precisión por el liquen y la lluvia, y colocado sobre un suelo de margas que se prolonga en los muros de adobe que flanquean la escalera vertebral de la vivienda, cuyos peldaños se extienden, perforando la plataforma inferior y el forjado intermedio, desde el terreno hasta la luz cenital de la claraboya última.
Dispuesta sobre esa alfombra mágica como un magritte en levitación irónica, y perforada con orificios antropomórficos como una calabaza geométrica dibujada por Steinberg, todo en esta casa es a la vez familiar y misterioso, y su hermetismo amable nos golpea con una emoción arcaica que está ausente en muchas de las coreografías domésticas del MoMA; casi todas esas casas públicas, publicitadas y publicitarias palidecen ante la intensidad íntima de esta casa privada de la que pocos hablan.
Intimidades públicas
Algunas de las casas que expone el MoMA abordan el conflicto entre la intimidad de lo doméstico y la condición pública de la vivienda urbana con actitudes contrapuestas, que llegan al paroxismo en el caso de Tokio, donde el refinamiento residencial de la tradición japonesa se enfrenta al caos enérgico de la metrópoli. Allí, Shigeru Ban construyó su ‘casa del muro cortina’sustituyendo la fachada de las dos plantas superiores por un amplio lienzo que, al descorrerse, abre las habitaciones sobre la calle como las piezas inspeccionables de una casa de muñecas, exhibiendo la vida doméstica en un escaparate; en la misma ciudad, Kazuyo Sejima eligió enterrar su ‘casa M’, iluminando este refugio íntimo a través de patios ensimismados que sólo ofrecen a la calle el hermetismo listado de sus celosías metálicas. El conflicto entre lo privado y lo público adquiere otra dimensión en las viviendas suburbanas, donde la violación de la intimidad no proviene de los vecinos, sino del voyeurismo generado por su publicitación exacerbada. Éste es el caso de la vivienda construida por Rem Koolhaas en las cercanías de Burdeos para un cliente parapléjico, que se desplaza en una gran plataforma elevadora, enfrentándose a su minusvalía con un edificio maquinal que parece reclamar respeto distante a su circunstancia dolorosa, y que sin embargo ha sido una de las casas más exhibidas de la década, con un impudor que acaso no es ajeno al espíritu áspero de los tiempos.