Opinión 

Elogio de la locura

Luis Fernández-Galiano 
31/10/1998


Los Países Bajos están muy altos. Según la Economist Intelligence Unit, una compañía del semanario The Economist que mide la adecuación de los diferentes países al mundo de los negocios, los Países Bajos ocupan hoy el puesto más alto de la lista. En esta clasificación, que usa indicadores tales como la capacidad del mercado, las políticas fiscales y laborales, la capacitación, las infraestructuras y el entorno político, los lugares de privilegio suelen corresponder a los anglosajones y escandinavos, junto con las ciudades-estado de Asia, Singapur y Hong Kong; de hecho, esta última ocupó durante varios años la cabecera del ranking capitalista. Sin embargo, la devolución a China de la colonia británica la ha hecho caer a los puestos templados donde ya asoman los países latinos, y los holandeses han aprovechado la ocasión para situarse en la cumbre de la arcadia económica: durante los próximos cinco años no habrá en el mundo lugar mejor para hacer negocios.

Esta disponibilidad económica del país más horizontal, más artificial y más denso del continente europeo no es una metáfora de la versatilidad inventiva de su arquitectura última; es más bien el soporte material e institucional sobre el que se construye el paisaje de Holanda. El excepcional dinamismo económico y constructivo se produce en paralelo a una desregulación que afecta por igual a la esfera del dinero y la ordenación del territorio; y es en esa ‘nueva frontera’ aún indefinida donde se producen las propuestas más innovadoras de los jóvenes arquitectos holandeses. Muchas de ellas hacen ostentación de un extremo pragmatismo, hasta el punto de suscitar el reproche de las generaciones que vieron en la modernidad un compromiso ético; pero otras llevan la adaptación oportunista al nuevo panorama hasta unos límites surreales que hacen de los proyectos una sátira cínica del mundo contemporáneo.

En su Stultitiae Laus, Erasmo de Rotterdam se mofaba de «la gente que arde en deseos de construir casas, cambiando de pronto lo redondo en cuadrado, y lo cuadrado en redondo.» Cinco siglos después, los arquitectos de su ciudad natal —que han desbordado a los más cautelosos de Amsterdam en la pugna por el liderazgo intelectual y artístico de los Países Bajos— predican con éxito de crítica y público el evangelio de la congestión, subvirtiendo las convicciones y las formas tradicionales para propugnar con entusiasmo la gran escala y la alta densidad. Desde el SMLXL de OMA hasta el FARMAX de MVRDV, y desde las yuxtaposiciones ‘paranoico-críticas’ de Rem Koolhaas a las superposiciones superreales de su discípulo Winy Maas, la doctrina de los cadáveres exquisitos de Rotterdam —que bascula entre la ironía elegante de West 8 y las alucinaciones mediáticas de NOX— merecería que otro Erasmo redactase un nuevo Encomio de la Moría, dedicado a los que el humanista llamaba morosofos: sabios tontos, agudos y estultos a la vez.

El líder de los morosofos, el genial e imprevisible Koolhaas, ha puesto su talento de guionista al servicio de Edgar Bronfman, el heredero del imperio de bebidas Seagram, que adquirió los Universal Studios y decidió emular el patronazgo de su tía Phyllis Lambert con Mies van der Rohe. Al igual que sucede en los casos de Disney, Time Warner o Paramount, los gigantes de la comunicación amalgaman productoras cinematográficas, cadenas de televisión y parques de atracciones para beneficiarse de la sinergia que procura su mutua alimentación, y en esos vastos panoramas de entretenimiento es difícil saber cómo delimitar el territorio de la arquitectura. Pero no cabe duda de que el genio de Koolhaas puede encontrar en la fábrica de sueños de Hollywood un universo virtual que la testaruda realidad física no permite materializar. El ejército de animadores de DreamWorks fabricó en Antz un hormiguero piranesiano, a medio camino entre Gaudí y Fritz Lang, que suministra una imagen alegórica de la congestión, la escala y la densidad que exploran los holandeses; y es posible que el futuro hiperbólico de la supermodernidad capitalista se encuentre precisamente en esas arquitecturas del ocio digital.


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