Erasmo nació en Rotterdam y murió en Basilea. El humanista errante que mejor simboliza la unidad cultural europea trazó su arco vital entre las dos ciudades que hoy tensan el debate de la arquitectura: Rotterdam, el puerto del Mar del Norte donde el holandés Rem Koolhaas y su Office for Metropolitan Architecture han sido el fermento de una joven generación que practica la subversión formal a través del pragmatismo paradójico; y Basilea, la ciudad en la frontera entre Suiza, Alemania y Francia donde la pareja formada por Jacques Herzog y Pierre de Meuron es la más destacada representante de una sensibilidad coral que tiene por ejes la materia y el rigor. El programa Erasmus, gracias al cual tantos estudiantes han podido desarrollar parte de su formación en otros países europeos, procuraba complementar la convergencia económica que ha dado luz al euro con un proceso paralelo de convergencia cultural; pero, por fortuna, la moneda única no genera un pensamiento único, y el mestizaje inducido por el incremento de la comunicación y los intercambios no ha desdibujado la vigorosa personalidad cultural de las ciudades europeas: dos de ellas constituyen, en el umbral del nuevo siglo, los polos entre los que late el corazón partido de la arquitectura.
Rem Koolhaas desde Rotterdam (Educatorium de Utrecht) y Herzog y de Meuron desde Basilea (farmacia hospitalaria) prolongan hoy un debate iniciado por Le Corbusier y Mies van der Rohe.
Rotterdam es la ciudad de Rem Koolhaas, un personaje genial, abrasivo y megalómano, que hace dos décadas retorció el cuello a la arquitectura para obligarla a mirar hacia otra parte con su Delirious New York, y hace tres años le golpeó en la cabeza para sacarla del letargo con los tres kilos de su S,M,L,XL. Primogénito de un escritor importante, y escritor él mismo, este arquitecto de 54 años se ha propuesto descoyuntar la tradición moderna con sus libros tanto o más que con sus edificios, los cuales combinan con exquisita perversidad el constructivismo revolucionario ruso y el utilitarismo burocrático norteamericano en una redoma formal que contiene también a Le Corbusier, Dalí y los cómics de ciencia ficción. El tratamiento de choque no ha sido indoloro, y hay quienes temen por la supervivencia de una paciente con el cuello roto y el cráneo fracturado; pero mientras tanto los suelos alabeados y los hallazgos surreales de Koolhaas se han convertido en el mito de referencia para la arquitectura europea de vocación experimental.
Basilea, por su parte, es la ciudad de Jacques Herzog y Pierre de Meuron, dos arquitectos de 48 años que, tras veinte de profesión, han construido un corpus artístico de una consistencia y un rigor que no tiene rival en su generación. Discípulos del italiano Aldo Rossi y del alemán Joseph Beuys, los suizos han fundido en su obra la disciplina geométrica de la arquitectura con la emoción azarosa del arte, y esa combinación de orden visual y seducción táctil ha alumbrado una secuencia de edificios impecables y dramáticos. De la cabina de señales ferroviarias vendada de cobre a las recientes bodegas californianas envasadas en basalto, todas sus obras comparten un esqueleto eficaz con una piel material y fascinante; y es probablemente en la reunión de función racional y envoltura emocional donde reside la fría sensualidad que ha hecho de ellas iconos admirados e imitados, tanto en la testarudamente minimalista Suiza alemana como en la Europa arquitectónica que añora la exactitud.
La cesura retórica entre Rotterdam y Basilea reproduce en la clausura del siglo un debate que ha ocupado buena parte de él, y que ha tenido sus protagonistas en Le Corbusier y Mies van der Rohe. Entre la imaginación formal y la elocuencia propagandística del maestro de La Chaux-de-Fonds, y la meticulosidad constructiva y el laconismo aforístico del de Aquisgrán, se estableció una tensión creativa que ha alimentado con su combustible dialéctico los dilemas más fértiles de nuestra época. Hoy, Rem Koolhaas ha llevado la ambición demiúrgica y la inventiva plástica de Le Corbusier hasta extremos superreales en su desmesura futurista; mientras que Herzog y de Meuron han trasladado la elegancia material y el rigor geométrico de Mies van der Rohe hasta el terreno insólito de lo convencional, lo trivial y lo cotidiano; y entre esa Holanda audaz y esa Suiza refinada vacilan las miradas de los arquitectos del continente.
Autores del Museo de Appenzell (arriba) y la cabina de señalización en Zúrich (abajo), Gigon y Guyer proyectan con un rigor geométrico y material cercano al de sus compatriotas Herzog y de Meuron.
Pero en la Península Ibérica que Erasmo no quiso visitar (non placet Hispania, dijo ante la invitación del Cardenal Cisneros el que pasó su vida de erudito rodando de Lovaina a Cambridge, y de París a Roma), los jóvenes arquitectos prestan más atención a la Basilea donde yace que a su Rotterdam natal, y movidos por una mezcla de modernidad resistente y abstracción cautelosa, se alimentan más de las cajas suizas que de los pliegues holandeses. Como pudo comprobarse en una reciente reunión en Salamanca de las últimas generaciones de nuestra balsa de piedra, convocadas por Rafael Moneo y Álvaro Siza a la sombra de un filósofo erasmista y un organista ciego, la arquitectura actual de la península mira en una sola dirección. «Cuando el cierzo y el ábrego porfían», para utilizar un verso del Fray Luis que planeó sobre los debates, los arquitectos ibéricos no manifiestan gran inquietud. Han decidido ya cuál es el viento dominante, y ese viento les lleva a Basilea.
Con proyectos como la Villa VPRO de Hilversum (arriba) y la casa doble de Utrecht (abajo), el equipo MVRDV encabeza la generación holandesa más joven, heredera del pragmatismo y la libertad formal de Rem Koolhaas.
Generación mestiza
La arquitectura de los europeos más jóvenes es nómada y mestiza: cosmopolita en su habitual trayectoria de formación, y omnívora en su apetito ecuménico de ideas y de formas. Tras el tránsito por las oficinas y las ciudades del momento, suelen sentar cabeza en la forma de matrimonios profesionales mixtos y políglotas. Tal es el caso de los dos estudios de la generación siguiente que mejor representan el relevo del holandés Koolhaas (el equipo MVRDV) y de los suizos Herzog y de Meuron (el taller Gigon y Guyer). Los arquitectos de Rotterdam Winy Maas, Jacob van Rijs y Nathalie de Vries, todos titulados en Delft, se asociaron en 1991 con el nombre MVRDV, y desde entonces se han transformado en las siglas más exportables de los Países Bajos, con edificios como las viviendas WoZoCo en Amsterdam y la sede del canal de televisión VPRO en Hilversum; pues bien, Maas pasó su etapa de aprendizaje en el estudio de Koolhaas, pero Van Rijs y De Vries lo hicieron en el despacho de Torres y Martínez Lapeña en Barcelona. Los suizos Annette Gigon y Mike Guyer se graduaron en la ETH de Zúrich en 1984, y formaron su propio estudio en la misma ciudad en 1989, proyectando obras como los museos de Davos, Winterthur y Appenzell, o las viviendas en Kilchberg, que los han convertido en la pareja más destacada de la joven arquitectura de la Suiza alemana; antes de lanzarse al ruedo, Gigon completó su formación en la oficina de Herzog y de Meuron en Basilea, mientras que Guyer lo hizo en la sede del paradigma rival, la Office for Metropolitan Architecture de Rem Koolhaas en Rotterdam. Las espadas pueden estar levantadas entre Rotterdam y Basilea, pero algunos no renuncian al aprendizaje plural y a la dieta variada.