Opinión 

Bienvenidos al último espectáculo

Opinión 

Bienvenidos al último espectáculo

Luis Fernández-Galiano 
30/04/2001


La Iglesia Católica inició el proceso de beatificación que elevará a los altares al catalán Antoni Gaudí y transformará santuarios laicos como el parque Güell en lugares de peregrinación religiosa.

La beatificación de Antoni Gaudí por el Papa Juan Pablo II y la canonización de Rem Koolhaas por el jurado del premio Pritzker son dos de los acontecimientos destacados en un año agridulce que ha visto el éxito de Jacques Herzog y Pierre de Meuron con la apertura de la nueva Tate Gallery londinense y el de Santiago Calatrava con un rosario de ­inauguraciones y honores, pero que ha sido también testigo de la dolorosa desaparición de los arquitectos Enric Miralles y Francisco Javier Sáenz de Oíza.

El que los anglosajones llamaron Y2K se inició sin que el temido millennium bug produjera la parálisis de los ordenadores, pero llegó a su término permitiendo que los butterfly ballots y pregnant chads causaran el caos en el recuento de las elecciones presidenciales norteamericanas, mostrando la fragilidad de las convenciones que sustentan el espectáculo de la democracia. Apoyándose en este año como bisagra, la mudanza de siglo ha traído consigo el encarecimiento del petróleo, el enfriamiento de las bolsas y la erosión de las expectativas de la nueva economía, sin que estas señales de un cambio de ciclo en los países centrales hayan afectado a las grandes corrientes migratorias desde los países periféricos, crecientemente devastados por las guerras y las plagas.

Aun la vieja Europa, desgastada por la caída del euro, la parálisis política y unas alarmas sanitarias que dibujan el reverso sombrío de los extraordinarios avances en las ciencias de la vida, sigue recibiendo un flujo regular de inmigrantes que compensa su declive demográfico, especialmente acentuado en el caso de España, un país que deja el siglo en el último puesto de las listas de fertilidad y en el primer lugar de las estadísticas de terrorismo. Íntimamente vinculada al nacionalismo étnico, la violencia política ha sido —de Chechenia al País Vasco— el gran argumento de la pugna entre la globalización económica y las inercias locales en un continente fragmentado por un mosaico de lenguas y culturas.

Un invierno canónico

En un mundo más lento, tanto la arquitectura como la religión eran rasgos identitarios de las teselas de ese conjunto de comunidades; pero en un planeta acelerado, la unanimidad ecuménica del espectáculo desdibuja los límites colectivos para conformar redes virtuales de vocación católica. Así, la construcción mediática está en sintonía con la teología incandescente que ha multiplicado las canonizaciones y los viajes de Juan Pablo II: la beatificación del catalán Antoni Gaudí, en el punto de encuentro de ambos procesos, hizo visible la confluencia de lo mítico y lo sagrado al elevar a los altares a un arquitecto de culto, y suministró la noticia más cálida del invierno, desplazando a un segundo plano tanto la inauguración de la decepcionante Cúpula del Milenio londinense como la reapertura del renovado Centro Pompidou parisino, dos obras de dos antiguos socios, el británico Richard Rogers y el italiano Renzo Piano, que han sido los primeros en censurar el resultado final.

El Educatorium en Utrecht es uno de los últimos frutos del talento provocador del holandés Rem Koolhaas, quien con la obtención del premio Pritzker ingresó de manera formal en el olimpo de la arquitectura.

Primaveras del arte

El acontecimiento más inesperado de la primavera fue la concesión del premio Pritzker al cáustico holandés Rem Koolhaas, un arquitecto fascinado por la explosión urbana contemporánea que califica de «espacio basura» el descrito por sus exploraciones en el Delta del Río de las Perlas asiático, en la ciudad africana de Lagos y en los centros comerciales norteamericanos; y el suceso más celebrado de la estación fue la apertura de la nueva sede de la Tate Gallery de Londres en una antigua central eléctrica admirablemente transformada por los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, una inauguración que oscureció las de otros museos meritorios: el también londinense British Museum, remodelado por Norman Foster con más fortuna que la disfrutada por su pasarela peatonal sobre el Támesis, cerrada por las vibraciones a pocos días de abrirse; el Museo de Bellas Artes de Rafael Moneo en Houston; el del Rock de Frank Gehry en ­Seattle; y la galería de arte de Caruso St. John en Walsall. El holandés y los suizos, por su parte, que han hecho de Rotterdam y Basilea los dos polos del debate europeo, iniciaron una insólita colaboración en la forma de un proyecto conjunto de hotel-boutique para el promotor Ian Schrager en Nueva York, una ciudad que, lo mismo que Londres, experimenta hoy un cierto reverdecimiento arquitectónico.

La elegancia lacónica de la Tate Gallery de Herzog y de Meuron (derecha) y el exhibicionismo retórico del pabellón de los Países Bajos en Hannover de MVRDV (abajo) ilustran el contraste formal entre suizos y holandeses.

Ferias del verano

Pero la actualidad del verano no transitaría por las dos metrópolis anglosajonas, sino por dos ciudades europeas: Hannover, que apoyó en su Feria una Exposición Universal de perfil bajo, donde holandeses y suizos escenificarían sus diferencias a través del contraste entre el exhibicionismo retórico de MVRDV y el orden musical de Peter Zumthor en los pabellones respectivos, y donde el énfasis ecológico justificaría construcciones de corcho como las que representaron a España (Cruz y Ortiz) y Portugal (Siza y Souto de Moura), o de cartón como la del pabellón japonés (Shigeru Ban); y Venecia, cuya séptima Bienal de Arquitectura reunió un cúmulo de propuestas bajo el lema «menos estética, más ética», por desgracia apenas reflejado en la abigarrada confusión de la muestra. Sobre ambas ocasiones festivas, sin embargo, se proyectaría la sombra de un turbión de desapariciones que desbarató el estío: Rafael de La-Hoz, premiado póstumamente con la medalla de oro de la arquitectura, inició una lista a la que se añadiría trágicamente el nombre prematuro de Enric Miralles y los de maestros veteranos como John Hejduk, Francisco Javier Sáenz de Oíza y Eladio Dieste.

Templos del otoño

Durante el otoño, iniciado bajo los ecos de unos tardíos Juegos Olímpicos australes que permitieron a Sydney mostrar que la excelencia organizativa y medioambiental no exige arquitecturas emblemáticas, se desarrolló una campaña electoral norteamericana que tuvo en el urbanismo del crecimiento incontrolado uno de sus temas de debate, y que acabó dirimiéndose en el estado de Florida, sede del movimiento de los ‘nuevos urbanistas’ y escenario de sus realizaciones más significativas, de Seaside a Celebration. Y mientras los norteamericanos deshojaban la margarita presidencial, los españoles hacían balance de los 25 años transcurridos desde la muerte de Franco y la proclamación de Juan Carlos I como rey de España, en un mes de noviembre que fue testigo a la vez de la exacerbación de los crímenes del terrorismo étnico vasco y de la inauguración por el príncipe Felipe de dos grandes edificios proyectados por Santiago Calatrava (galardonado en las mismas fechas con el premio ­Meadows) que hacen visible la modernización espectacular del país: el Museo de la Ciencia en la Valencia natal del arquitecto y el aeropuerto de Sondica en el convulso y atribulado País Vasco. Dos catedrales colosales que quizá no otorguen la santidad a su autor, pero que sin duda expresan bien la grandilocuencia desesperada de unos tiempos prósperos y confusos. Bienvenidos al último espectáculo.

El Museo de las Ciencias de Valencia muestra la ambición monumental de Santiago Calatrava, pero refleja también la prosperidad satisfecha de una España que celebró el 25º aniversario de la restauración democrática.


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