Opinión 

Escenario y archivo

La Revista como un museo imaginario

Luis Fernández-Galiano 
31/12/2017


Escenario y archivo, la revista es sobre todo un museo imaginario. Colocando este número bajo la advocación equívoca de André Malraux —cuyo retrato mítico se reproduce diminuto en la presentación— proponemos recordar hasta qué punto una publicación como esta usa textos y fotografías para ser a la vez exposición y registro del devenir de la arquitectura, de manera que pueda ser descrita como un genuino musée imaginaire. A Malraux hemos hecho referencia en otras ocasiones —ver Arquitectura Viva 63 y AV 104—, pero tendríamos que esperar al libro de Walter Grasskamp, publicado originalmente en alemán en 2014 y editado en inglés con el título The Book on the Floor por el Getty Research Institute en 2016 (reseñado en Arquitectura Viva 192), para conocer la historia detallada de la extraordinaria fotografía tomada en 1954 por Maurice Jarnoux para Paris Match, y que ha quedado como la mejor representación visual del pensamiento del escritor, que posa en la imagen con el elegante aplomo de un héroe de la cultura, frente a las páginas del album de arte Des bas-reliefs aux grottes sacrées, uno de los volúmenes de su trilogía Le musée imaginaire de la sculpture mondiale.

Durante las últimas tres décadas, esta revista ha querido ser modestamente un museo imaginario de la arquitectura contemporánea, algo que resume bien el dibujo de Focho reproducido en portada y en la página 4, donde el vertiginoso carrusel formal de estos años se presenta como un sinnúmero de maquetas caóticamente depositadas sobre los peldaños de una escalera que desconcertantemente nos devuelve al punto de partida, de manera que la sucesión en el tiempo de las ideas y las intenciones se abrevia como una secuencia de formas cuyo archivo cronológico no deja adivinar otro sentido que un escepticismo casi cáustico, subrayado por la desaparición del dibujante, cuya mano sólo aparece para completar el volumen de la escalera, en un segundo homenaje a Escher. Es difícil imaginar una réplica más radical al heroísmo coqueto de Malraux y a su dominio relajado sobre las páginas extendidas ordenadamente en el suelo que esa doble figura perpleja bajo el carnaval de formas que la escalera dispone en un tiempo circular.

Con el tránsito entre siglos, Arquitectura Viva dedicó su primer número del año 2000 a cincuenta figuras del periodo histórico que entonces se clausuraba, y Focho reunió a todas ellas —además de un Wally oculto entre la muchedumbre, que aportaba la nota descreída ante la solemnidad de las celebridades— en una sala sombría donde los arquitectos se colocaban bajo el haz de luz de una lámpara para ser retratados por el dibujante, que tenía al editor a su lado en papel de director iconográfico del empeño. Frente al archivo diurno de hoy, el escenario nocturno de ayer era quizá la otra cara de ese museo imaginario de la revista, donde los autores y sus obras se exponen con curiosidad atenta y se registran de manera minuciosa, un empeño esforzado y una pasión probablemente inútil que los dibujos de Focho expresan con amable maestría.


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