Con este número singular AV/Arquitectura Viva celebra su treinta aniversario.
Desde 1985 hemos publicado más de 400 números y dos docenas de libros, organizado congresos, exposiciones y concursos, y estado presentes en un centenar de países a los que hemos llevado las obras y opiniones de arquitectos y críticos de todo el mundo, esforzándonos en mantener la calidad y la independencia. Pero la crisis material e intelectual que hoy sufre la arquitectura excluye la complacencia, y hemos querido señalar la efeméride con una reflexión sobre los fundamentos de nuestra disciplina, publicando con ilustraciones nuevas un texto que escribí hace exactamente treinta años, en 1984. De este texto se publicaron fragmentos entre ese año y 1987, y su diccionario de elementos sirvió también como soporte conceptual de la exposición ‘El espacio privado. Cinco siglos en veinte palabras’, de la que fui comisario en 1990. Esta es por cierto la segunda vez que firmo en portada en Arquitectura Viva, tras el número que hace quince años publicó cuarenta artículos míos para hacer balance de ‘La década digital’.
Esta publicación coincide con la muestra ‘Elements of Architecture’ en la Bienal veneciana, donde Rem Koolhaas otorga una vigencia renovada a estos fundamentos, recuperando la reflexión postmoderna de los años ochenta ante una situación de crisis que tiene rasgos en común con la de entonces, y en una de cuyas secciones —‘Fireplace’— se presta especial atención a la introducción de mi tesis doctoral de 1982 sobre arquitectura y energía, publicada en forma de artículos entre ese año y 1988, y como libro en 1991 en castellano (El fuego y la memoria) y en 2000 en inglés. La exposición veneciana usa quince elementos, de los cuales cinco (fachada, pasillo, escalera mecánica, ascensor y rampa) no figuran en nuestra selección de treinta y dos, aunque varios se mencionan bajo otros epígrafes. De forma similar, las veinte palabras de mi propia muestra de 1990 se recogen casi todas en la presente selección, aunque con textos muy diferentes, ya que el catálogo de la misma lo redacté entonces con criterios más literarios que arquitectónicos; sólo falta la terraza, de la que me ocupo en el capítulo de la azotea.
Cualquiera que examine la exagerada simetría de estas cuatro cuádruples parejas, que recorren los elementos de la construcción, de la arquitectura, de la casa, y de la ciudad y lo simbólico, advertirá numerosas ausencias. Además de las mencionadas arriba, ¿dónde están el dintel o la viga, dónde el desván, dónde las fuentes y torres, dónde los laberintos? No hay otra respuesta que la ya formulada en 1984: nuestra matriz de términos es, en su hipertrofia formal, un sistema ensimismado y escéptico que permite perseguir, con Borges, «los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden». Juan Ramón Jiménez lo expresó dramáticamente en un poema recogido en Lírica de una Atlántida: «Destino —¡sí!—, por estas treintidós / ventanas, puertas de mi colmena, / por las que puedo maldecir o bendecir / de lo divino y de lo humano / según el viento, el sol, la nube, el ente, / el animal, esto, y yo mismo. / Por ellas entran, salen mis ideas, / por ellas mis palabras y mis sueños / mis músicas, mis líneas, / las ondas de mi ser y de mi estar. / Por una de ellas (yo sé cuál, por ésta, / que miro insólito) entrará mi muerte”.