La presencia de la arquitectura española en el exterior conoce un momento dulce. De las grandes obras a los pabellones efímeros, y de las universidades de la Ivy League a los eventos expositivos, el talento cultivado en España fertiliza un entorno cultural caleidoscópico. Desde luego, este fenómeno obedece en parte al proceso de integración europeo, a la mayor permeabilidad de las fronteras profesionales y la incrementada movilidad de las nuevas generaciones; sin duda también, la proyección externa de la arquitectura culta española no ha ido acompañada de una presencia comparable de la arquitectura corporativa, carente todavía de la dimensión y capacidad expansiva que han mostrado los bancos y grandes empresas del país, entre ellas las constructoras; pero ambas circunstancias no pueden empañar la feliz constatación de que los arquitectos españoles disfrutan de un prestigio internacional que ha hecho adquirir a un cúmulo de ellos importantes responsabilidades profesionales y académicas.
Este reconocimiento tiene causas múltiples y orígenes lejanos en el tiempo; lejos de ser un fuego fatuo o un resplandor efímero, los éxitos de españoles en el mundo forman parte de un proceso iniciado hace décadas, gestado en el desarrollo económico de los años sesenta, alumbrado con el fervor político de la Transición y difundido urbi et orbe en el annus mirabilis de 1992. Levantada sobre el humus nutricio de unas Escuelas de tradición politécnica, unos Colegios Profesionales de vigorosa influencia en la vida ciudadana y un activo panorama editorial tan atento al debate internacional como a la publicación de los logros domésticos, la arquitectura española se benefició de la voluntad de dar una imagen renovada a las instituciones democráticas, y a las numerosas dotaciones públicas promovidas en una etapa de prosperidad y adjudicadas mediante concurso; y se benefició también de la supervivencia de algunos oficios artesanales y de la oportunidad de construir en entornos urbanos de excepcional calidad.
Inteligentemente contextual y líricamente moderna, e impulsada asimismo por la visita frecuente de importantes historiadores y críticos internacionales, esta arquitectura se canonizó en el escenario privilegiado del MoMA en 2006, donde se expuso junto a la de grandes figuras que habían realizado obras en España, inserta ya plenamente en un marco global. En este contexto debe entenderse la profusa presencia de los profesionales del país en un mundo cada vez menos ancho y ajeno, porque se estrecha con las comunicaciones y se hace propio con la proximidad intelectual y emocional. La crisis actual ha obligado a muchos jóvenes a buscar trabajo fuera, mientras los estudios establecidos sólo aseguran su continuidad con los encargos exteriores, pero nada de esto sería posible sin la formación y el prestigio, dos activos de acumulación lenta que sólo el fomento y la protección pueden preservar. Mientras tanto disfrutemos de este momento dulce, como una golosina equívoca que podemos saborear sin tragarla.