Opinión 

Bueno, bonito, barato

Luis Fernández-Galiano 
31/03/2018


La obra de Harquitectes anima a proponer una nueva versión de la tríada vitruviana. Frente a los términos latinos que han grabado en piedra el mensaje del arquitecto augusteo, una formulación desenfadada en román paladino: bueno, bonito y barato. La vetusta y exacta cristalización de Vitruvio —firmitas, utilitas, venustas— fue ya revisada por Alberti, que al proponer soliditas, commoditas, voluptas matizó sutilmente la rotunda terna romana, aunque manteniendo la organización tripartita que Mario Praz, citando a Winckelman, juzgaba base y sustento del orden clasicista, fuera éste el que rige las partes de una columna o los actos de una obra de teatro. Pero bajo la compacta expresión clásica se halla también lo que la Ilustración kantiana denominó razón pura, el fundamento matemático y mecánico de la construcción que abrevian firmitas o soliditas; razón práctica, el acomodo funcional de los usos sugerido por utilitas o commoditas; y juicio, el territorio de la estética, la belleza y la fruición al que remiten venustas o voluptas.

En fechas más recientes, y usando como referencia el lema de la Revolución Francesa —libertad, igualdad, fraternidad— Rem Koolhaas ha acuñado la nueva sagrada trinidad de la sociedad actual —comodidad, seguridad, sostenibilidad— que no es sino una versión de la tríada albertiana, donde a la commoditas y a la soliditas se suma una variante rigorista de la voluptas que hace belleza y placer inseparables de la corrección política y ética que se incardina en el respeto del medioambiente y en la defensa del planeta. Para el arquitecto holandés, estos son los valores dominantes de la cultura del siglo xxi, y su implantación supone una genuina revolución que ha pasado casi inadvertida. Pero es posible que esta terna de prioridades no refleje sino las demandas intemporales que nos acompañan desde la Antigüedad clásica, y que en el ámbito de la arquitectura han conocido diferentes encarnaciones, aunque en esta última haciendo la belleza dependiente de la moral, como en la más fundamentalista modernidad.

Todo lo anterior viene sugerido por el trabajo de los cuatro socios de Harquitectes, una oficina modélica en su vocación de servicio a los clientes públicos o privados, en su sentido de la responsabilidad al intervenir en edificios patrimoniales o entornos urbanos, y en su empeño por levantar obras sostenibles en el terreno de la energía, de los residuos o de la vida útil de los materiales, asuntos todos que abordan con singular sofisticación termodinámica. Y esos edificios, que son ya buenos por su inteligente respuesta en el proceso de proyecto y construcción, son además estéticamente refinados en su paleta de materiales póveros e increíblemente económicos en su disciplina presupuestaria: así que sobre buenos, bonitos y baratos. Si aquí se ha propuesto esa nueva y sonriente tríada vitruviana, no se entienda el coloquialismo de los términos como amabilidad deferente, sino como expresión de la convicción arraigada de que es precisamente esta arquitectura la que hoy debe hacerse, y con esa fórmula cotidiana invitamos a que se haga.



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