Al doblar el cabo del centenar de números, parece más oportuno mirar hacia delante que cartografiar el terreno recorrido. Transcurrida casi una década desde el primer dossier de Arquitectura Viva sobre los españoles más jóvenes (‘Sangre fresca’, que apareció en 1996), y cumplidas ya dos desde que el proyecto AV se iniciase en 1985, volver a sumergirse en lo que dibujan y construyen las últimas generaciones evita el riesgo de la autocelebración complaciente y melancólica, pero a su vez no oculta una cierta voluntad de rejuvenecimiento artificioso mediante la transfusión del copioso caudal de imágenes insólitas que se destila en los alambiques de un enjambre de laboratorios juveniles.
Este flujo vital circula tan torrencialmente que hace difícil destacar un par de docenas de trayectorias y obras sin incurrir en omisiones múltiples y decisiones arbitrarias, un riesgo cierto que aquí se ha procurado paliar con el doble criterio de la dispersión geográfica y la condición de inéditos en la propia revista. Por desgracia, esa última limitación editorial excluye muchos despachos que han venido a emerger en el tiempo transcurrido desde nuestra recopilación de 1996, y el artículo introductorio de Adela García-Herrera procura remediar la obligada ausencia de tantos con un collage de menciones que recorren de forma impresionista el panorama coral de la arquitectura joven en España.
La abundancia y el atractivo de los proyectos no deben sin embargo ocultar las dificultades extremas a que se enfrentan los primeros pasos en el ejercicio profesional autónomo, que sigue siendo todavía el modelo mítico de referencia en las escuelas y en las publicaciones. Cristalizado en torno a un concepto romántico de autoría, y alimentado por un cóctel de individualismo bohemio tradicional y marketing mediático contemporáneo, el esfuerzo por obtener el reconocimiento de un nombre o una marca exige una testaruda disciplina y no pocos sacrificios personales o familiares, que a menudo se alivian paradójicamente a través de la agrupación en equipos más numerosos cuanto más jóvenes.
Aunque la brillantez gráfica no excluye la verosimilitud constructiva, la naturaleza del sistema de concursos y lo abigarrado del panorama de los candidatos al éxito conduce implacablemente a los nuevos arquitectos a la persecución obstinada de la originalidad, imprescindible para llamar la atención sobre sus proyectos, pero fuente asimismo de unos riesgos técnicos y económicos que sólo los clientes públicos suelen estar en condiciones de asumir. Este desafío a las viejas cautelas de la continuidad, hecho posible por la efervescencia económica que impulsa la burbuja inmobiliaria, dibuja un futuro de perfiles inciertos, pero un futuro también que únicamente puede ser modelado por ese turbión de arquitectos que hemos presentado como la próxima generación.