Según parece, Fukuoka es a Japón lo que Dover a Inglaterra: el punto de entrada al país y la primera imagen que el viajero tiene de él cuando arriba o aterriza.

En esta pequeña ciudad de vacaciones —pequeña según los megalómanos parámetros japoneses—, Arata Isozaki ha montado una exposición de arquitectura internacional que ha seguido el modelo de esas famosas operaciones de origen fundamentalmente alemán: la Weissenhof Siedlung de Stuttgart (1927) y la Internationale Bauausstellung de Berlín (de 1980 en adelante). Así que Isozaki —como antes hicieron Mies y Kleihues— reunió a una surtida colección de arquitectos actuales: Michael Graves, Stanley Tigerman, Rem Koolhaas, Christian de Portzamparc, Steven Holl, Mark Mack, Osamu Ishiyama y Oscar Tusquets.

Graves y Tigerman comparten una manzana, y el resto otra, dominada ésta por las dos torres de apartamentos que se se ha reservado para sí el propio Isozaki. Y en esta última, Oscar Tusquets y Carles Díaz han proyectado un conjunto de viviendas tan tradicional que han sido acusados de hacer las delicias de las familias japonesas.

En efecto, se trata de cuatro bloques prácticamente cúbicos rematados con cubiertas a cuatro aguas y unidos por parejas para formar dos esquinas en chaflán. Pero no es un chaflán diagonal como los del ensanche barcelonés, sino que forma una pequeña plaza angular que recuerda las de la famosa manzana 270 de Kleihues en la Vinetaplatz berlinesa.

La gran preocupación, según los arquitectos, era asegurar la entrada de luz solar en todas las viviendas, algo nada fácil de conseguir en las densas tramas urbanas japonesas. Pero también es evidente su interés por contribuir modestamente a la definición de la manzana tradicional, una postura bastante distinta a la frenética búsqueda de singularidad que muestran sus renombrados compañeros de viaje... [+]