Belvedere Georgina, Llofriu

Lluís Clotet  Óscar Tusquets 


En los últimos años sesenta, el agotamiento del final de la posguerra daba paso a una renovación del pensamiento expresada en profundos cambios de costumbres, movimientos sociales y propuestas artísticas. En el terreno de la arquitectura, el Movimiento Moderno se había hecho manierista de sí mismo y sus respuestas resultaban insuficientes. Dos corrientes marginales que fluían por cauces distintos comenzaban a tomar forma en propuestas hiladas al curso de la historia que la modernidad había mantenido al margen de sus intereses. Ala vez que en 1966 se publicaba La arquitectura de la ciudad, del italiano Aldo Rossi, aparecía en los Estados Unidos Complejidad y contradicción en la arquitectura, de Robert Venturi.

Lluís Clotet y Óscar Tusquets disfrutaban viendo los saltos que el norteamericano daba por encima de los dogmas modernos y su admiración por Miguel Ángel y por la cultura popular. Tanto es así que Tusquets, junto a Xavier Sust, se animó a recopilar otros textos de Venturi y Scott Brown, adelantándose a la edición española de Complexity con la publicación en 1971 de Aprendiendo de todas las cosas. Con sus cabezas puestas en la Filadelfia venturiana y con los recuerdos del diseño milanés que habían aprendido en el taller de Correa y Milá, Clotet y Tusquets construyeron el Belvedere Georgina. Su reducido tamaño y su desenfadada frescura son inversamente proporcionales a la inmensa influencia que tuvo y a la amojamada larga cola de obras de otros que produjo en los años siguientes.

Georgina es una pequeña casa de invitados, pero sobre todo es una construcción de jardín para la casa Regás, que los arquitectos habían terminado poco antes junto a las ruinas de una masía del Ampurdán. El belvedere, como las grutas repletas de conchas y pobladas por autómatas que daban fin a las perspectivas de jardín de los palacios manieristas, es un divertimento clásico. En esta ocasión se vale de los recursos del arte pop, manifestado en la descarada exhibición gráfica y material de sus balaustradas neoclásicas. Con un programa mínimo y a la manera de algunas construcciones de los felices cincuenta californianos, el zócalo hace de casa y de sombrajo para el Seat. No es esta organización, poco convencional en España, la causa de su fortuna crítica, sino su actitud provocadora, que llegaba tan oportunamente haciendo un cóctel de abstracción esquemática y evocación mediterránea contaminada por los gustos populares que aquí sólo encontraban lugar en una élite catalana ávida de propuestas novedosas...[+]