La lisboeta rua de São Mamede ao Caldas es una de esas típicas calles con adoquines blancos y negros esculpidas, con la determinación de una curva de nivel, en la colina sobre la que se erige el imponente Castelo de São Jorge. Disimulado entre los destellos multicolores de las fachadas de azulejos, el número quince esconde en su interior cinco viviendas del siglo XVIII que se vuelcan sobre un jardín con vistas al Tajo, y de las cuales se ha rehabilitado la ubicada en la planta baja. Se trataba de una casa cuyas estancias, amplias, delimitadas por gruesos muros de carga y cubiertas por unos magníficos techos abovedados, se sucedían en un laberinto de concatenaciones a lo largo de varios niveles. El proyecto ha adoptado la estrategia de poner en valor el carácter abierto de estas estancias y sus cualidades arquitectónicas, así como las de una cantina abovedada subterránea, de manera que los espacios comunes y más representativos (salón, comedor, cocina, sala de juegos) se han ubicado en el edificio preexistente, en el que sólo se ha intervenido para recuperar los suelos originales de piedra y repintar las paredes de blanco. Los dormitorios, por el contrario, se han distribuido en un nuevo volumen que adopta la forma de una caja blanca, adosada a uno de los muros del generoso jardín y que se abre a las vistas panorámicas sobre el estuario del Tajo.