El casco antiguo de la localidad navarra de Tudela es un palimpsesto que conserva las huellas de tres culturas distintas: la judía, la musulmana y la cristiana. Es en su entramado urbano, una telaraña de calles nudosas y estrechas en las que conviven el revoco desconchado de las fachadas con las galerías de madera, donde se inserta la casa. Próximo a la catedral, el edificio adopta una doble estrategia para no romper la armonía del entorno: mientras que el exterior asume una apariencia contenida y sobria, con una fachada de revoco en tonos neutros y cerramientos rectangulares de madera vista, el interior se revela como un espacio dinámico y festivo que envuelve al visitante desde que entra en la casa. El acceso se produce a través de un patio con un arce plantado en el centro y al que vuelca una cálida fachada de lamas de madera definida por plásticos encuentros en ángulo y texturas diversas. Su geometría se adapta a las necesidades interiores, de manera que los espacios se entremezclan con una escalera que se desarrolla a su alrededor y que conduce a las tres plantas de la vivienda hasta detenerse en una serie de rellanos concebidos como lugares para jugar y trabajar. Estos advierten del carácter de las diversas estancias, todas volcadas al patio y en las que el empleo de terrazo blanco en los pavimentos, los planos simples de madera, los muros enyesados y la escasez de tabiques aportan una atmósfera luminosa, diáfana y dinámica.