Sobre una de las siete colinas de Lisboa se alza el barrio de Campo de Ourique, uno de los lugares que mejor resistió, gracias a su ubicación y la composición geológica de su subsuelo, la catástrofe provocada por el terremoto y posterior tsunami en 1755. Tras el sismo comenzó un lento y desordenado proceso de urbanización que culminó, en el siglo XIX, con la que sería la última gran transformación urbana: se implantó una configuración basada en una retícula regular de manzanas dotadas de una moderna red de infraestructuras de electricidad, agua, gas y, posteriormente, de tranvía.

Dentro de este tejido, hoy eminentemente residencial, sobreviven algunos galpones de la industria ligera. El encargo consistió en recuperar uno de ellos, como un espacio de memoria, para convertirlo en una vivienda unifamiliar. En primer lugar, se crearon dos patios simétricos en ambos extremos del solar, para liberar las fachadas y la chimenea de ladrillo existentes. Segundo, mientras que en la planta baja, más compartimentada, se alojan los dormitorios y aseos, en el primer nivel los espacios servidores —cocina y almacenaje— se desplazan al perímetro, dando lugar a una gran sala de estar pasante, volcada a ambos patios, que evoca la forma arquetípica del almacén.