Vísperas europeas
El año de la arquitectura se resume con cuatro nombres propios: Juan de Herrera, Sverre Fehn, Aldo Rossi y Frank Gehry.
Las vísperas de Europa llegan con tiempo variable. Bajo la luz borrosa de las mudanzas, el año de la convergencia hacia la moneda única ha sido en España soleado y lluvioso. Soleado en el terreno económico y en el social, con un alza simultánea de las bolsas y del optimismo; lluvioso en el campo político y en el meteorológico, donde la crispación producida por los conflictos mediáticos y judiciales ha rivalizado con la inestabilidad tormentosa provocada por el calentamiento global o la corriente de El Niño. También ha habido nubes y claros en el ámbito de la cultura, que ha visto la alarma por la difusión del casticismo conservador compensada por la alegría de algunas inauguraciones muy esperadas. Por su parte, el año de la arquitectura puede resumirse con cuatro nombres propios: Juan de Herrera, el centenario de cuya muerte sirve de prólogo a un difícil debate sobre lo español; Sverre Fehn, cuya distinción con el premio Pritzker abre una etapa de celebraciones escandinavas; Aldo Rossi, con cuya desaparición prematura se cierra un capítulo de la arquitectura contemporánea; y Frank Gehry, que al terminar su museo Guggenheim de Bilbao alcanza el punto más alto de su carrera y construye el gran símbolo finisecular de la cultura del espectáculo.
En enero se cumplió el cuarto centenario de la muerte del arquitecto de El Escorial, impulsando un difícil debate sobre lo español que culminará en 1998 con la celebración del centenario de su patrón, Felipe II.
El invierno de España
El cuarto centenario de la muerte de Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial, se celebró en enero, y la efemérides invernal tuvo la fría acogida que suele acaecer a lo hispánico. Sin embargo, abrió el apetito para una nueva revisión histórica de lo español que pasa inevitablemente por su patrón, Felipe II, cuyo propio centenario en 1998 ha comenzado ya a dar frutos importantes, que entrarán en resonancia con otra conmemoración patriótica y cultural, los cien años del desastre del 98. El que es quizá el más importante arquitecto español anterior a Gaudí fue un creador intelectual cuya estatura crece con el tiempo, en paralelo a la de su rey, un administrador y mecenas renacentista cuya figura sólo ahora se desprende de los tintes sombríos que le otorgó la propaganda de las guerras de religión y su asociación a los sueños imperiales y al clasicismo herreriano del franquismo de posguerra. Estas visiones renovadas de la historia de España se abren paso, no sin polémicas políticas y educativas, entre el fervor de afirmación nacionalista en algunas comunidades y los esfuerzos por establecer una nueva identidad europea; una identidad, por cierto, que los diseñadores de los billetes del euro han encontrado en las sucesivas arquitecturas del continente, y que el jurado del premio europeo Mies van der Rohe halló en marzo en la monumentalidad geométrica de la Gran Biblioteca de Dominique Perrault: el Escorial parisino de Mitterrand, un monarca republicano defensor, como De Gaulle, de la Europa de las patrias.
El noruego Sverre Fehn recibió en primavera el premio Pritzker por una trayectoria lírica y tenaz, devota de la construcción y respetuosa del paisaje, como muestra bien su Museo de los Glaciares en Fjærland.
Primavera escandinava
La concesión en abril del premio Pritzker al noruego Sverre Fehn inició un periodo de festejos escandinavos que tuvieron un prólogo en 1996 con la capitalidad europea de la cultura en Copenhague, y que culminarán en 1998 con la capitalidad cultural de Estocolmo y con el centenario del gran maestro finlandés Alvar Aalto. En el arquitecto del pabellón nórdico en Venecia y del Museo de los Glaciares se premia una trayectoria lírica y tenaz que se apoya en la devoción por la construcción y el respeto por el paisaje: dos virtudes tradicionales de los países nórdicos que no parecen evidentes en algunos de los más recientes edificios emblemáticos escandinavos, del Museo de Arte Moderno del jovencísimo Soren Robert Lund en Copenhague al de Arte Contemporáneo del norteamericano Steven Holl en Helsinki, pero que en compensación exhibe sobradamente el Museo deArte Moderno yArquitectura de Rafael Moneo en Estocolmo, acaso porque el español recuerda todavía su formación con el danés Jorn Utzon. En todo caso, la ya inmediata conmemoración aaltiana, esmaltada de innumerables exposiciones y homenajes, permitirá restablecer la conexión con lo mejor de esa fértil tradición escandinava.
El verano se cobró la vida del italiano Aldo Rossi, cuyo ‘Gran Teatro del Mundo’ encarna la poesía metafísica y el culto a la memoria que resumen su trayectoria, una de las más influyentes del último tercio de siglo.
Las cenizas del verano
Agosto se cobró la vida del norteamericano Paul Rudolph, y el estío se despidió en septiembre con la muerte del italiano Aldo Rossi, uno de los grandes renovadores ideológicos y plásticos de la arquitectura contemporánea. Con su poesía metafísica y su culto paralelo a la geometría y la memoria, el milanés cambió el curso de la arquitectura y del urbanismo del último tercio del siglo; sin embargo, su defensa elegíaca de la ciudad tradicional y de los tipos históricos ha sido rechazada por los arquitectos que, como el holandés Rem Koolhaas, predican el retorno al experimentalismo moderno y se sienten fascinados por la escala colosal de los desarrollos urbanos en las economías emergentes del Pacífico. La Documenta de Kassel, que quinquenalmente toma la temperatura de las artes, eligió precisamente este verano al arquitecto de Rotterdam como brújula, a través de una exposición dedicada a la urbanización caótica del sur de China; pero la devolución de Hong Kong en julio y los terremotos bursátiles y monetarios que han sacudido Asia durante la segunda mitad del año frenan el entusiasmo por un continente que también acogió alguna obra de Rossi y la última etapa de la carrera de Rudolph.
Todo el protagonismo del otoño lo acaparó el californiano Frank Gehry, que inauguró la gran escultura de titanio del Guggenheim Bilbao, convertido en símbolo de la regeneración cultural y económica del País Vasco.
Espectáculos de otoño
El gran protagonista del otoño fue el Museo Guggenheim de Bilbao, cuya inauguración en octubre supuso un éxito relevante tanto para su autor, el californiano Frank Gehry, como para el País Vasco, que ha hecho del escultórico edificio de titanio un símbolo de su voluntad de modernización y recuperación económica. La apertura de este emblema de la cultura del espectáculo vino precedida por otros estrenos más discutidos: el Teatro Nacional de Cataluña en Barcelona, obra de Ricardo Bofill, y la largamente esperada remodelación del Teatro Real en Madrid; y este ciclo de inauguraciones se remató en diciembre con la del auditorio de Las Palmas de Gran Canaria, una fortaleza lírica al borde del mar, que es la mejor obra de madurez del catalán Óscar Tusquets. El otoño trajo también la terminación de obras colosales como el Centro Getty de Richard Meier en Los Ángeles; y el desenlace de concursos tan reñidos como el de la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, ganado por el británico Richard Rogers (en asociación con el madrileño Antonio Lamela), lo que culmina un año mágico del arquitecto de los nuevos laboristas de Tony Blair; o como el concurso de la ampliación del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que obtuvo el japonés Yoshio Taniguchi en pugna con el neoyorquino Bernard Tschumi y los suizos Herzog y De Meuron. Pero el otoño se cerró con la noticia triste de la muerte de Félix Candela, un arquitecto e ingeniero español que dejó lo mejor de su obra en el exilio de México, un capítulo de nuestra historia que la España que mira a Europa confía en haber dejado atrás.