Opinión 

La fase gaseosa

Fluidos finiseculares, de Seattle a Sendai

Opinión 

La fase gaseosa

Fluidos finiseculares, de Seattle a Sendai

Luis Fernández-Galiano 
23/12/2000


Todo lo sólido se disuelve en el aire. La famosa frase del Manifiesto Comunista ha sido utilizada por los sociólogos para resumir la experiencia de la modernidad, y es también apropiada para describir la voluntad inmaterial de la última arquitectura. All That Is Solid Melts Into Air fue el título elegido por Marshall Berman para su libro de 1982 sobre la inestabilidad azarosa de la ciudad moderna, y Zygmunt Bauman acaba de publicar una crítica de la naturaleza fluida del mundo contemporáneo —Liquid Modernity— que se inspira en la misma fórmula de Marx. Pero mientras los analistas sociales deploran la disolución de los vínculos comunitarios en la urbanidad imprecisa de nuestro tiempo, los arquitectos celebran el desvanecimiento de las sólidas certezas de la geometría con edificios informes o etéreos que aspiran a representar la fase gaseosa de la modernidad.

La técnica más avanzada se pone al servicio del máximo desorden: un intrincado armazón se oculta bajo la piel metálica que reviste los volúmenes aparentemente blandos del Experience Music Project de Frank Gehry en Seattle.

En Seattle, la ciudad de Boeing, Microsoft, Amazon, Starbucks, Frasier y el grunge, el californiano Frank Gehry ha terminado su primera gran obra después del Guggenheim, un museo del rock cuyos volúmenes multicolores y multiconvulsos hacen que el de Bilbao parezca un edificio clásico y grave. Promovido por el multimillonario y filántropo Paul Allen, que fundó Microsoft con Bill Gates, el Experience Music Project es un homenaje a Jimi Hendrix, el mítico rockero nacido en Seattle, y sus agitadas formas procuran evocar la rebeldía desgarrada del malogrado músico. Situado al pie de la Space Needle, una torre futurista levantada para la Feria Mundial de 1962 que se convirtió en símbolo de la ciudad, el psicodélico museo está atravesado por un monorraíl construido también para aquella exposición, y propone sus alborotados colores eléctricos—extraídos de la colección de guitarras de Allen—como un nuevo emblema urbano.

Como en el Guggenheim, Gehry ha utilizado aquí un programa de ordenador desarrollado para la industria aeroespacial que permite construir formas imposibles, poniendo la técnica más avanzada al servicio del máximo desorden; y lo mismo que allí, los volúmenes hinchados, derretidos y pulsátiles del museo se han convertido inmediatamente en unos prolíficos centrifugadores de metáforas: medusas o peces tropicales, guitarras rotas o el oído interno de un músico, coches abollados o coladas de lava. Los seis bultos de aluminio y acero, lacados en rojo, plata, bronce dorado, azul celeste, gris metálico y púrpura irisada fingen albergar laboratorios de sonido, bibliotecas eléctricas o salas estroboscópicas; pero en realidad constituyen un colosal parque de atracciones temático que secuestra al visitante en el reluciente laberinto de caramelo de su jungla electroacústica, conformando una catedral genuina de la era del espectáculo. El holandés Rem Koolhaas, que está construyendo la biblioteca central de Seattle con el propósito explícito de dotar a la ciudad de un edificio emblemático, va sin duda a encontrar el listón muy alto.

En la mediateca de Sendai, Toyo Ito pone de manifiesto su voluntad de perseguir una arquitectura inmaterial y evoca la geometría cambiante de los flujos con un gran despliegue estructural: los que él llama ‘tallos flexibles’, comparados también con filamentos de algas flotando en una masa líquida, son en realidad trece gavillas de tubos de acero que alojan en su interior los ascensores, las escaleras y los conductos del edificio.

Al otro lado del Pacífico, Toyo Ito ha completado en Sendai una mediateca que es a la vez su proyecto más ambicioso y la obra más representativa de la ciudad. Fiel a su credo inmaterial, el arquitecto japonés imaginó siete placas metálicas sostenidas por trece gavillas de tubos de acero que se trenzan con apariencia fláccida del bajo a la azotea, y que alojan en su interior los ascensores, escaleras y conductos del edificio, cuyo programa de biblioteca, galería de arte y centro de medios audiovisuales se reparte entre estratos de diferente grosor e idéntica condición amniótica. Su autor describe en efecto el proyecto como una masa líquida en la que se mecen filamentos de algas, y esa visión subacuática establece un vínculo virtual con los fluidos que forman nuestros propios cuerpos y con el flujo de información electrónica que segregan sensores y pantallas. Pero esa voluntad de disolución vaporosa se compadece mal con las formidables estructuras que exigen la ley de la gravedad y la normativa antisísmica japonesa, y las sutiles cabelleras tejidas de la maqueta translúcida han acabado convirtiéndose en tupidas celosías de obesos tubos de acero que soportan enfáticamente la liviandad retórica de esta obra aérea.

Los bultos blandos de Frank Gehry y los tallos flexibles de Toyo Ito evocan la geometría cambiante de los fluidos sólo con un extraordinario despliegue estructural, que soporta la levedad aparente de las arquitecturas a través de alardes constructivos de gran complejidad o dimensión. En el caso del museo de Seattle, la piel metálica alabeada se coloca sobre una malla de enrevesadas armaduras que se anclan con pedestales a gigantescas costillas retorcidas de acero; un sistema de mareante confusión que sólo ha podido calcularse, como en Bilbao, con ayuda del programa Catia.Y en la mediateca de Sendai, cuatro de los haces estructurales emplean una densa profusión de pilares metálicos cilíndricos de 240 mm. de diámetro, mientras los nueve restantes usan pilares de 160 mm., formando gruesas cestas de acero que contradicen en su sólida materialidad la intención evanescente del proyecto.

Líquida o gaseosa, la arquitectura contemporánea no puede evadirse de lo que Max Weber llamó la jaula de hierro de la economía moderna, y de la contundente lógica material y simbólica de sus procesos, que disuelven lo que parecía más sólido mientras fabrican un armazón blindado que sirve de andamiaje a la incertidumbre fortuita de la modernidad baudeleriana. Sus críticos, de Christopher Lasch a Richard Sennett, y de Pierre Bordieu a Robert Putnam, han lamentado el individualismo narcisista y corrosivo que está desatando la intrincada trama de lazos sociales anudada por la continuidad tenaz de los tejidos urbanos. En los paisajes desflecados de nuestra época, azarosamente desbaratados por la ley metálica del beneficio, las arquitecturas informes o delicuescentes ilustran la descomposición expansiva del mundo descrita hace ya 150 años por un Karl Marx cuyo fracaso histórico con el derrumbamiento del comunismo ha dado una paradójica actualidad a sus intuiciones sociológicas. «Todo lo sólido se disuelve en el aire». En la añeja traducción deWenceslao Roces, la frase del Manifiesto era: «Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma». Se esfuma, se desvanece o, en su tránsito de sólido a vapor, se sublima al fin. Es el retrato cabal de un tiempo a la vez exaltado y deletéreo.


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