Esta revista dedicó un número a Herzog y de Meuron en 1999, y cuando ha transcurrido poco más de un lustro regresa al estudio de Basilea para registrar la formidable producción de los últimos años, que han contemplado la expansión planetaria de la oficina y la multiplicación acelerada de sus propuestas formales, fieles a una voluntad experimental que la explosión de su actividad no ha podido embotar. Por el contrario, se diría que cuanto mayor es la escala de su trabajo, mayor es la diversidad de sus proyectos, que —lejos de la práctica habitual de reiterar las fórmulas de éxito— exploran en cada ocasión territorios nuevos, dejando siempre atrás a los que pretenden imitar sus maneras, y reinventando su perfil en cada compromiso con una riqueza propositiva aparentemente inagotable, de la que se alimenta un ejército de admiradores y émulos.

Entre la anterior monografía y ésta han sucedido muchas cosas: la inauguración de la Tate en 2000, que consolidó su prestigio en el mundo del arte; el premio Pritzker en 2001, que refrendó su popularidad universal; la victoria en los concursos de la Allianz Arena y del Estadio Nacional en Pekín, que los hará protagonistas del Mundial de Fútbol de 2006 y los Juegos Olímpicos de 2008; la terminación de la sede de Prada en Tokio, una obra maestra que pasará a la historia de la arquitectura como antes lo hicieron la cabina de señales o las bodegas Dominus; el premio Stirling por el Laban, la culminación en Basilea del Schaulager, en Cottbus de la biblioteca, en Barcelona del Fórum, y en Estados Unidos de dos museos admirables, el Walker y el de Young; además de extraordinarias exposiciones en Montreal, Rotterdam, Londres y la propia Basilea.

Por nuestra parte, hemos seguido su trayectoria con la atención y curiosidad que merece esta explosiva acumulación de talento, y con la sensación de vértigo que produce su creciente dispersión geográfica y formal. Desde 1999, la familia de revistas AV/Arquitectura Viva ha publicado un centenar de noticias, comentarios, proyectos y obras —incluyendo un número monográfico de Arquitectura Viva en 2003— de manera que apenas han aparecido ejemplares sin mención de los suizos. En este mismo periodo, yo mismo he escrito más de una docena de artículos (una atención que no creo haber dedicado a ninguna otra oficina), y he recorrido casi todas las obras de la última etapa, de Tokio a San Francisco, amén de varias visitas a la fábrica en Rheinschanze 6, donde esta exuberante creación de organismos se lleva al punto de ebullición en sus retortas.

Tanto roce personal acaba provocando sentimientos de afecto y amistad que al cabo se amalgaman con el aprecio intelectual y artístico, pero quiero pensar que esta circunstancia no secuestra la independencia crítica. Los vínculos del estudio con España, donde está realizando media docena de proyectos, reforzados por las clases de español de Jacques Herzog y su elección de Tenerife para la construcción de su casa de vacaciones, hacen inevitable considerarlos especialmente próximos, de manera que alivia comprobar que nuestra estima es ampliamente compartida, porque la cercanía siempre distorsiona la percepción. La Art Review juzgaba recientemente a los suizos como los arquitectos más influyentes en la escena artística, y me atrevo a aventurar que serían también muchos los que extendiesen ese liderazgo al terreno mismo de la arquitectura.


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