Opinión 

Soluciones españolas

Luis Fernández-Galiano 
30/09/2016


Si no eres parte de la solución, eres parte del problema. Sumidos en una crisis sistémica que está lejos de haberse desvanecido, la vieja cita de Lenin conserva su vigencia abrasiva. Las escuelas de negocios la emplean para fomentar el pensamiento positivo y la responsabilidad coral en las empresas —con la misma naturalidad que usan El arte de la guerra de Sun Tzu para aguzar el talento competitivo de sus alumnos—, pero para los arquitectos es un acicate innecesario: ésta es una profesión acostumbrada a resolver problemas, y a enfrentarse a las dificultades con el estímulo que otorga un desafío. A diferencia del crítico, cuya obligación es problematizar la realidad y ver siempre la botella medio vacía, al arquitecto el optimismo se le supone, al estar obligado a buscar las oportunidades donde otros sólo ven desolación, a considerar la botella medio llena, y a detectar en el muro de la crisis las grietas y asideros que permitan escalarlo.

El León de Oro obtenido por España en la actual Bienal de Arquitectura de Venecia es un reconocimiento bienvenido de la imaginación y del esfuerzo con los que los arquitectos de este finisterre europeo han abordado el colapso del sector de la construcción y la paralización de la inversión pública. La crisis, desde luego, no ha afectado a todos de la misma manera, y si los profesionales veteranos han debido enfrentarse a la frustración de sus expectativas —generadas, más que por el boom inmobiliario de la primera década del siglo, por la vigorosa promoción de infraestructuras de todo tipo durante los ochenta y los noventa—, los más jóvenes han desarrollado sus carreras en un marco siempre precario, aunque con una actitud y unas destrezas más cosmopolitas que les hacen situar su actividad en ámbitos supranacionales. A este paisaje inédito llamamos ‘nueva normalidad’, y con esta hipótesis proyectamos el futuro.

La generación de la crisis es a fin de cuentas un ejército de supervivientes, duchos en las artes de mirar a la vez hacia dentro y hacia fuera, y expertos en el aprovechamiento de la versatilidad que caracteriza la formación del arquitecto. Adaptados a la nueva normalidad, ayunos de una burbuja de expectativas, y ajenos a unos medios sensacionalistas que han transformado a los arquitectos de héroes en villanos —como si la responsabilidad de la crisis no recayera sobre todo en las élites políticas y financieras—, los jóvenes conservan la actitud generosa de una profesión de servicio que ha dado siempre liebre por gato, atentos a la dimensión colectiva de su oficio, y conscientes de la trascendencia política de una actividad que al cabo se ocupa sobre todo de la polis. Frente a las élites sonámbulas, el vendaval populista y el colapso de la gobernanza global, los arquitectos se desean y se saben más parte de la solución que del problema.


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