Jorge Galindo & Santiago Sierra, ‘Los Encargados’, 2013 ‘Those in Charge’

No es la economía, estúpido. La actual situación de España exige invertir el lema electoral que dio a Bill Clinton la Casa Blanca en 1992. Nuestro principal problema no es ya la economía, son las instituciones. Un paro juvenil superior al 50% dibuja una situación ciertamente dramática, pero aun los rasgos más dolorosos de la crisis económica serían tolerables en un contexto de confianza en las instituciones a las que corresponde promover las políticas de recuperación y garantizar el reparto ecuánime de los imprescindibles sacrificios. El descrédito y la erosión de la legitimidad de las instituciones, secuestradas por unas élites que hacen de ellas un uso patrimonial, se ha convertido en el elemento esencial de la crisis española, un ‘estado del malestar’ que afecta con diferente intensidad a muchos otros países. En todos ellos —del ‘somos el 99%’ del Zuccotti Park neoyorquino al ‘No nos representan’ de la Puerta del Sol madrileña— el debate sobre las élites se ha situado en el primer plano de la atención pública.

Aquí, el filósofo Javier Gomá ha sido quien más argumentadamente reclamó la ejemplaridad de las élites como pieza fundamental de cualquier proyecto de regeneración, pero la amplia polémica suscitada por la publicación en 2012 de Why Nations Fail —una obra del economista del MIT Daron Acemoglu y el politólogo de Harvard James Robinson que localiza en las instituciones la clave del éxito o fracaso de las naciones— ha puesto en circulación el término ‘élites extractivas’ y ha recordado que las élites sólo devienen ejemplares cuando el entorno institucional las conduce a serlo. En el marco de los estudios sobre el desarrollo, sus conclusiones sobre la íntima conexión entre instituciones políticas y económicas iluminan los procesos que dificultan el avance social en el Tercer Mundo, pero también enseñan no poco sobre las élites disfuncionales en sociedades prósperas.

Lanzada con profuso apoyo de colegas —nada menos que seis premios Nobel de Economía escriben notas laudatorias— la obra de Acemoglu y Robinson ha sido también objeto de críticas fundamentales, que reprochan su énfasis casi exclusivo en lo institucional y la dificultad de explicar el éxito económico de naciones no democráticas como China, donde la ausencia de instituciones pluralistas debería imposibilitar el crecimiento sostenido. Pero hasta los que han escrito reseñas más pormenorizadas y críticas, como Francis Fukuyama o Jared Diamond, han suministrado al libro blurbs promocionales que reconocen la verosimilitud de su postulado esencial.

Acemoglu y Robinson explican que las élites denominadas ‘extractivas’ (un término que proviene de artículos anteriores sobre las minas de Potosí o las plantaciones del Caribe, donde se extraía plata o azúcar explotando el trabajo de esclavos) no mantienen instituciones socialmente disfuncionales por incompetencia o ignorancia, sino exclusivamente porque garantizan la obtención de rentas para las minorías que controlan el poder político y su orla clientelar. Esta parte de su análisis resulta de inmediata aplicación al panorama español de esta hora, donde la corrupción de las élites, el crecimiento de la desigualdad y el trauma social del paro masivo ponen en cuestión los actuales mecanismos de representación democrática, un proceso potencialmente catastrófico de no mediar profundas reformas institucionales. Estamos enfermos, sí. Pero no es la economía, estúpido, es la política. Jorge Galindo y Santiago Sierra lo saben bien.


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