Si las imágenes de los coches arrastrados por las aguas en una calle de Sedaví son la mejor representación de la violencia de la naturaleza en su impacto catastrófico contra el entorno artificial, la de los voluntarios agolpándose sobre una pasarela en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia es un testimonio elocuente del desbordamiento de solidaridad ciudadana frente a la impotencia de las autoridades que se han ocupado con escasa diligencia de organizar la ayuda: un elemento más que se suma a la desesperación indignada de los que han tardado días en recibir auxilio.
Los vehículos se acumulan como animales mecánicos de una manada en estampida, y se suben unos al lomo de otros en confusión atropellada, ocultando en su caos detenido la posible presencia de víctimas en su interior, como por desgracia se ha constatado en varias ocasiones, haciendo de este cementerio de coches un túmulo trágico. Por su parte, la multitud abigarrada de gentes solidarias, dispuesta a desfilar en silencio para prestar brazos al esfuerzo, contrasta con la monumental escalinata vacía y las formas escultóricas de un conjunto que ha servido como símbolo de una ciudad orgullosa de sus logros y hoy de luto en el duelo por sus víctimas, mientras la ira se levanta contra la ineficacia de las instituciones.