Si la ciudad se desvanece en el territorio unánime, y si el paisaje sólo se sostiene a través de la simulación, el cuerpo humano reproduce las estaciones de este tránsito mediante la disolución del desnudo en la multitud virtual, la fuga de la figura hacia el terreno digital y la reducción de la imagen simbólica a la ficción comercial o el simulacro artístico; como un misterio gozoso y doloroso, el creciente impudor de Occidente frente al cuerpo y el sexo parece ser inseparable de su devaluación significativa. La liberación libidinal ha convertido el cuerpo culpable en un residuo arcaico de la historia colectiva y la memoria individual: el derecho al placer ha sido reemplazado por el deber del placer, la opción sexual se ha transformado en un elemento básico de la identidad personal, y las nuevas formas de relación sentimental han subvertido los códigos inmóviles del matrimonio o la familia. Sin embargo, ese proceso exhilarante de emancipación sensual ha producido también un deterioro dramático de la trascendencia de las relaciones, que se diluyen en el murmullo de los contactos efímeros, y un empobrecimiento simbólico del encuentro amoroso o amistoso, que se multiplica y trivializa en una tupida red cuyas mallas conectan tanto como aprisionan el universo abigarrado de los sujetos...[+]