El clima de afirmación patriótica vivido por los Estados Unidos tras los atentados de Al Qaeda se manifiesta en la sacralización de las ruinas de la Zona Cero, donde el último pilar de acero del WTC recibió un tratamiento de víctima de guerra, cubierto por las barras y estrellas sobre un armón que desfiló ante tropas en posición de saludo; o en la presentación del proyecto de reconstrucción de Libeskind bajo el signo de la bandera: un elemento de identidad colectiva que también puede levantar emociones opuestas en lugares donde es pisoteada para expresar el rechazo a una política, o quemada, como la nueva bandera iraquí diseñada por el arquitecto Rifat Chadirji. Hay un contraste palmario entre el ondear festivo de la bandera española en los triunfos deportivos —ornamentada en ocasiones con ese toro de Manolo Prieto que el propio ejército colocaba sobre sus barracones en Diwaniya—, y la afirmación contundente de la soberanía en la ocupación efímera de Perejil o el mástil titánico de la Plaza de Colón. Tras tantas emociones heroicas, quizá no sería malo verla usada como un reclamo comercial, a la manera de la Union Jack, o como los logos que tapizan los trajes irónicos de Etro y Men-dini, publicitando a sus patrocinadores de la misma manera que el mono abigarrado de Toni Elías...[+]