La multitud sólo existe porque existe el vacío, y el impacto de su presencia en marcos arquitectónicos deriva precisamente del contraste con el espacio deshabitado. La plaza de Tienanmen dos primeros de mayo sucesivos —el segundo de ellos coincidente con la epidemia de neumonía asiática—es un retrato exacto de la capacidad de la plaga para descomponer el tejido social; las concentraciones en el Mall de Washington y el Peine de los Vientos evidencian la utilidad del hito —el obelisco, la escultura de Chillida— como imán simbólico o referente geográfico; y el contraste entre el campo de juegos en Amsterdam y la manifestación navarra muestra con elocuencia el lenguaje coral de los cuerpos, festivamente acompañados cuando están dispersos, dramáticamente solos cuando se agrupan. La imagen circular del mitin en la Ciudad Universitaria de México y el concierto bajo el museo de Arte de São Paulo subrayan a la vez la importancia del escenario construido y la naturaleza arbitraria del pretexto, puesta de manifiesto con ironía por la masa desnuda de Tunick en Helsinki o la instalación de Gormley en Malmö. Pero quizá lo que necesitamos es justamente un hueco, un espacio vacío o un círculo de sangre en la rueda o el ruedo de la historia, siempre atareado de multitudes unánimes...[+]