Respirar se ha hecho hoy más difícil. Los automóviles deterioran el aire de las ciudades, la pandemia contamina el aire de los edificios, y el racismo degrada el aire de la sociedad. La atmósfera urbana se hace tóxica y produce innumerables víctimas en el mundo cada año; la covid-19 nos obliga a usar mascarillas, pero las molestias respiratorias que causa esa protección no son comparables a la angustia pulmonar de los pacientes de la enfermedad; y la agonía por asfixia de un afroamericano desata una tormenta global de protestas frente a la violencia estructural que impide respirar a tantas comunidades. La salud del planeta, amenazada por los gases que desprenden los combustibles fósiles al quemarse; la salud de sus habitantes, amenazada por epidemias que aún no sabemos prever y controlar; y la salud de nuestras organizaciones sociales, amenazada por la desigualdad y la pobreza, son tres rostros del mismo Leviatán, el colapso de la gobernanza global.

La emergencia climática, la emergencia sanitaria y la emergencia social entran en resonancia y se manifiestan de formas inesperadas: arde el Ártico, y la fusión de los casquetes polares, que ya había suministrado la imagen insólita del Polo Norte cubierto por el agua, se ilustra ahora con estos fuegos en el hielo, un oxímoron climático que se prolonga con la combustión subterránea de la turba en el lejano norte siberiano; arde España y el impacto conjunto del coronavirus y el coma inducido de la economía debilita las instituciones y aviva las llamas del conflicto político y la polarización ciudadana; arde América, y el efecto en Estados Unidos y en el mundo de una presidencia divisiva se agrava con episodios de violencia policial que han hecho estallar un polvorín de indignación, alcanzando las llamas del rechazo a la estatuaria cívica, objeto de una furia iconoclasta que se ha extendido a figuras asociadas hasta ahora a la libertad y a la democracia.

En estas hogueras del clima, el enfrentamiento y la ira se consumen recursos naturales, arquitecturas institucionales y tejidos sociales, haciendo del mundo un llano en llamas que sólo la cooperación internacional puede apagar, tejiendo acuerdos entre intereses contrapuestos y estableciendo normas para los pasajeros de la nave espacial Tierra. Necesitamos respirar, física y metafóricamente, porque los incendios de la naturaleza, de la política y de la sociedad han cubierto el parque humano con una densa humareda que, si dificulta llenar los pulmones de aire, no menos oscurece la visión del entorno y la elección del camino a seguir. Y mientras la gobernanza global hoy astillada se recupera, apenas podemos hacer otra cosa que reclamar hacer posible lo necesario, y procurar extinguir los fuegos que vayamos encontrando en nuestro itinerario individual y colectivo para que el aire libre de humo nos permita ver más y respirar mejor.


Etiquetas incluidas: