Estamos en el umbral de algo, pero no sabemos qué. El diagnóstico de Ortega y Gasset —«no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa»— sirve también para este momento de tránsito entre décadas, tan incierto en un mundo ayuno de gobernanza como en una España fracturada por conflictos ideológicos y territoriales. AV nació hace 35 años con el propósito de registrar la arquitectura y su contexto, y en este papel de observador global los ‘Anuarios’ han sido herramienta imprescindible. Si miramos hacia el pasado más inmediato, los títulos de las presentaciones durante el último lustro abrevian el relato: tras anunciar ‘el vendaval que viene’ y constatar un ‘cambio de clima’, deploramos ‘el ascenso del populismo’ y describimos los nuevos ‘territorios del riesgo’, para finalizar dando testimonio de ‘la multitud en marcha’, que puso en cuestión con sus protestas el orden establecido. Francis Fukuyama ha escrito en Identity que ‘en algún momento a mediados de la segunda década del siglo XXI la política mundial cambió de forma dramática’, y es probable que estemos todavía intentando definir los perfiles de esa mudanza, y forzando la vista para procurar distinguir el futuro que se asoma a nuestro umbral.

Durante el año hemos buscado el porvenir emboscado en el presente a través de las presentaciones de Arquitectura Viva, que podrían resumirse en un decálogo taquigráfico:

1. Los invisibles demandarán visibilidad y respeto, avanzarán las políticas identitarias y el populismo extenderá su influencia

2. Se reavivará la carrera espacial, y la Luna o Marte reclamarán recursos que serían más útiles para abordar los desafíos del planeta.

3. Nos enfrentaremos a la emergencia climática mediante la transición energética y la inevitable adaptación al cambio irreversible.

4. La robotización y la IA harán muchas destrezas obsoletas, transformando el empleo y alterando la percepción de lo humano.

5. Tras los refugiados de las guerras, la devastación del campo por sequías o hambrunas multiplicará los migrantes económicos.

6. El turismo de masas seguirá degradando el medio natural, así como el patrimonio y la estructura social de las ciudades históricas.

7. Apreciaremos más la belleza imperfecta de los objetos sometidos a la usura del tiempo, perecederos como nosotros mismos.

8. Las ciudades seguirán creciendo porque son más saludables y seguras, y porque la densidad es más sostenible que la dispersión.

9. La contaminación de los océanos por plásticos y otros residuos nos obligará a revisar métodos industriales y hábitos personales.

10. Más que las guerras comerciales o las cibernéticas, la mayor amenaza para los pasajeros de la nave espacial Tierra seguirán siendo las pugnas geopolíticas con armas nucleares.

No sé si esta enumeración ayuda a cartografiar el futuro o lo desdibuja, pero el inicio de la década anima a imaginarla, por más que el torbellino de la vida nos desmienta. Sí existe algo más de certeza en la crónica del año, protagonizada en el mundo por la emergencia climática que han hecho visible los incendios del Amazonas o Australia y por los levantamientos ciudadanos que se han extendido desde Chile hasta Hong Kong, y encabezada en España por las múltiples convocatorias electorales y por el juicio del ‘procés’. En la cultura, el segundo centenario del Museo del Prado y el primero de la Bauhaus se celebraron con múltiples exposiciones, mientras la peor noticia fue el devastador incendio sufrido por Nôtre Dame; y en la arquitectura, las imágenes del año fueron las obras mediáticas de Diller Scofidio + Renfro y Thomas Heatherwick en los Hudson Yards de Manhattan —The Shed y Vessel— y las colosales realizaciones de Zaha Hadid Architects en Pekín, el segundo aeropuerto internacional de la ciudad y un rascacielos formado por dos torres enlazadas; el estudio de la desaparecida arquitecta anglo-iraquí terminó también un estadio en Qatar, que vino a sumarse allí al lírico Museo Nacional de Jean Nouvel, evocador de una rosa del desierto y, también en el Golfo, al Centro de interpretación de Valerio Olgiati en Baréin.

China, por su parte, estuvo también en las noticias por dos concursos en Shanghái, el de la Ópera que ganó Snøhetta y el de la sede de Alibaba que tuvo a Foster por vencedor con una propuesta inspirada por Sol LeWitt: una presencia internacional que contrasta con el vigor de su propia arquitectura, donde oficinas como la de Wang Shu o las de los más jóvenes Gong Dong (Vector) o Neri & Hu están realizando obras admirables. Turquía abrió un museo de Kengo Kuma con una característica fachada de maderas apiladas; y Europa celebró inauguraciones como la del museo Twist de BIG en Noruega, el restaurante sumergido de Snøhetta en el mismo país o el exacto Museo de Bellas Artes en Lausana de Barozzi & Veiga, mientras Olafur Eliasson repasaba su trayectoria en la Tate Modern y Oporto homenajeaba a Álvaro Siza y Eduardo Souto de Moura con sendas exposiciones en el Museo Serralves y la Casa da Arquitectura.

En España la cornisa cantábrica fue escenario de noticias destacadas: la reinauguración de Chillida Leku cerca de San Sebastián, la victoria de Norman Foster en el concurso para ampliar el Museo de Bellas Artes de Bilbao y la de David Chipperfield en el convocado para adaptar a usos culturales la sede histórica del Banco de Santander. Otro concurso importante, para la construcción en Madrid de un colosal complejo sanitario, la nueva sede de La Paz, fue adjudicado a un grupo de despachos encabezados por Burgos & Garrido, y el realizado en Vigo para levantar un edificio que materialice los vínculos de la ciudad con la industria del automóvil tuvo como ganadores a Vaillo + Irigaray. Mientras tanto, la joven arquitectura catalana que tan bien representan Harquitectes siguió consolidando una escuela de talento y rigor, Antón García-Abril y su Ensamble Studio ampliaron su actividad de Boston y Madrid a Menorca con C’an Terra, una realización visionaria en una cantera, y Selgas Cano completaron en Los Ángeles un nuevo centro de Second Home, un coworking celular y orgánico que supone un paso más en la internacionalización del estudio madrileño.

El capítulo de premios homenajeó trayectorias prolongadas con el Pritzker de Arata Isozaki, la Medalla de Oro de la AIA para Richard Rogers o el Soane de Kenneth Frampton, lo mismo que el Nacional de Arquitectura español, que recayó en Álvaro Siza, o la Medalla del Consejo de Colegios de Arquitectos, otorgada a Alberto Campo Baeza; pero también destacó obras más escuetas, como la de Williams y Tsien con el Imperiale o la de Grafton Architects con la Medalla de Oro del RIBA, y más específicamente sociales, con el Stirling a una realización residencial de Mikhail Riches y Cathy Hawley en Norwich y el Mies a otra de Lacaton & Vassal en Burdeos. Igualmente sociales en su propósito fueron los seis galardonados con el Aga Khan o las dos obras premiadas en la XI BIAU, el SESC 24 de Maio en São Paulo, coronado por una piscina pública en la azotea, que inauguró el venerado Paulo Mendes da Rocha, y el Museo del Clima de Toni Gironès en Lérida, mientras Alfredo Payá recibió el premio FAD por el Instituto Playa Flamenca de Orihuela.

Estos resúmenes del año tienen siempre el melancólico colofón de las desapariciones, y efectivamente ha habido que lamentar el fallecimiento de eminentes arquitectos estadounidenses como I.M. Pei, César Pelli, Kevin Roche y Stanley Tigerman (aunque quizá debería recordarse el origen chino del primero, argentino del segundo e irlandés del tercero); figuras del experimentalismo europeo como los italianos Alessandro Mendini o Cristiano Toraldo di Francia, este último fundador de Superstudio; historiadores y críticos como Charles Jencks, Franz Schulze, Graziano Gasparini o Manuel Graça Dias, varios de los cuales se desempeñaron también como arquitectos; la inclasificable Florence Knoll Bassett, arquitecta y diseñadora de muebles que cambió la concepción de las oficinas; y los españoles Juan Antonio García Solera, Carlos Hernández Pezzi y Andrés Fernández-Albalat, llorados en Alicante, Málaga y La Coruña.


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