Opinión 

El constructor en el espejo

Luis Fernández-Galiano 
31/08/2008


Las casas de los maestros son a la vez autorretrato y experimento. De las varias residencias y estudios de Frank Lloyd Wright hasta el mítico cabanon de Le Corbusier, los dioses del siglo XX han adquirido dimensión humana en las casas proyectadas para su propio uso; entre la santa trinidad moderna, sólo el lacónico Mies van der Rohe elude el escrutinio, borroso entre los croquis someros de la vivienda que nunca llegó a construirse en Berlín y las fotografías pálidas de su apartamento de Chicago. Pero los diez reunidos aquí —del vienés extraviado en California por obra y gracia de Wright al gallego que soñó ser ruso en estos finisterres ibéricos— se muestran con el impudor ensimismado del dibujante que se contempla en el espejo, y con la curiosidad del médico que usa su propio cuerpo para ensayar una vacuna o un remedio.

Así lo hacen los expatriados europeos que colonizaron el oeste americano, sea el Rudolf Schindler campamental de hamacas, fuegos y bambúes o el Richard Neutra optimista y refinado de geometría y vidrio, mientras el melancólico Konstantin Melnikov levantaba en Moscú un icono cilíndrico y tardío para una revolución archivada; así también sucede en las casas escandinavas, de la innovación contenida de Gunnar Asplund en su refugio de verano al genio experimental de Alvar Aalto en Muuratsalo, pasando por la caja elemental del anglo-sueco Ralph Erskine en su tierra de adopción; así por último en las construcciones esenciales de los diseñadores que buscaron la respuesta en el vocabulario de la fabricación, en la narrativa autobiográfica o en la belleza exacta de las formas producto del cálculo, desde el francés Jean Prouvé o la pareja británica de Alison y Peter Smithson hasta Eladio Dieste, el ingeniero uruguayo de raíces gallegas cuyas cáscaras de cerámica armada anteceden la inventiva lírica y tectónica de la casa atlántica que remata la secuencia, un homenaje del autor de este laborioso trabajo de investigación, José María de Lapuerta, al que fue su maestro, Ramón Vázquez Molezún.

Geniales algunas y fallidas otras, sean residencias permanentes o pequeñas construcciones estivales, todas ellas tienen en común el vértigo de contemplar a los maestros actuando como clientes de sí mismos, explorando a la vez en las entretelas de su ánimo y en las posibilidades de la técnica. Acaso narcisistas en cuanto autorretratos en la lámina quieta del estanque íntimo, y quizá temerarias en su empeño de innovación insomne, estas casas de arquitectos no se hicieron para enseñar ni para vender, y por este motivo arrojan quizá alguna luz sobre el dilema más común de la construcción residencial que, parafraseando a Marx, podríamos expresar con un dictamen retórico: en el espectáculo, formas sin función; en la promoción, funciones sin forma. Aquí, formas grávidas de función al servicio de la necesidad y del experimento.


Etiquetas incluidas: