La casa global es la casa amniótica. Flotamos con los ojos cerrados en el líquido salino de la intimidad para protegernos del fragor del mundo, y el proyecto doméstico se perfila como obra del aislamiento ensimismado. Hemos buscado casas en los cinco continentes, y el resultado final de esa exploración planetaria no es tanto un catálogo de materiales y de hábitos —en línea con la antropología resistente del regionalismo climático— como la constatación esperable de que la casa es un laboratorio universal de experimentos técnicos y estéticos. Sin embargo, la variedad amable de figuraciones y ensayos no acierta a ocultar la unidad esencial de este tipo residencial, enhebrado por el blindaje familiar y la expresión individual. Introvertida y singular, la casa del globo es un vientre narcisista donde paradójicamente se clona la diferencia.

Del refugio espiritual de Ambasz al prototipo material de Yamamoto hay un trayecto temporal y emotivo que la palabra ‘casa’ salva y concilia: entre una morada conceptual imaginada hace más de tres décadas como un éxtasis paisajístico del Barragán nazarí y un albergue de aluminio pensado desde las reglas mecánicas de la producción y el ensamblaje parece abrirse un abismo de formas e intenciones, pero su condición común de objetos exentos y sueños construidos tiende un puente retórico que acorta las distancias y enlaza los caminos del proyecto para delimitar un territorio compartido que es a la vez global y suburbano. La piscina pacífica de la imagen, al borde de un océano unánime, sirve así de emblema irónico del enclaustramiento que se exhibe, escaparate acuoso y pecera habitada de una desurbanidad de diseño.

Fatigados de visitar casas canónicas que resultaron al cabo inhabitables, abrumados tras comprobar que tantas residencias reseñables no son sino superfluos escenarios del ocio, y avergonzados de fingir que todos estos refinados vehículos de ostentación del gusto son alojamientos emulables, publicamos casas exquisitas sin mencionar su coste, con la actitud exclusiva de aquellas joyerías que omiten la etiqueta del precio como un vulgar asunto de dinero. Si la arquitectura ha suscrito un pacto fáustico con la moda y el lujo, en pocos teatros se representa ese acuerdo como en algunos recintos domésticos e indóciles, donde el humilde oficio de vivir ha sido suplantado por el arrogante empeño de asombrar. Nuestro último tango será en un piso vacío, y esperaremos la muerte en posición fetal, regresando al origen de la casa en el vientre.


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