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Voces de vidrio. Con su desmesurada ligereza, las naves de hierro y cristal del siglo xix anticiparon la importancia que cobraría el vidrio en el siglo xx. No sólo desde sus posibilidades técnicas, sino también desde las connotaciones simbólicas implícitas en su transparencia, este material se identificó con la sensibilidad moderna de los prismas geométricamente puros y la construcción explícita. En el siglo xxi, nuevas tecnologías hacen posible la aparición de pieles vítreas cada vez más sensibles y sofisticadas: la búsqueda de esa arquitectura desmaterializada que imaginó la vanguardia histórica continúa.
Sumario
Jorge Sainz
Transparencias míticas
La imagen histórica del vidrio
Ignacio Paricio
Los límites del vidrio
¿Un material estructural?
Ferrán Figuerola
Cristal de autor
Los vidrios singulares
Tema de portada
Construcciones cristalinas. Para proyectar la envolvente translúcida de la Maison Hermès en un céntrico barrio comercial de Tokio, Piano convoca al espíritu del Chareau que diseñó el muro de pavés de la Maison de Verre, mientras Fuksas tiene a Mies en mente al construir sus torres gemelas y transparentes en la periferia de Viena. Además de sacar partido de sus prestaciones térmicas, Perrault en la mediateca francesa de Venissieux y Foster en el nuevo ayuntamiento de Londres emplean el vidrio asociado a la apertura democrática de dos edificios institucionales. Finalmente, Norten y Gómez-Pimienta en México DF y Zwimpfer en Basilea optan por las cualidades plásticas del vidrio: como equívoco velo en unas viviendas transformadas en hotel de lujo, y como ‘lienzo’ de intervenciones artísticas en un inmueble de oficinas.
Arquitectura
Renzo Piano
Maison Hermès, Japón
Massimiliano Fuksas
Torres de oficinas, Viena
Dominique Perrault
Mediateca central, Venissieux
Norman Foster
Sede de la GLA, Londres
Norten y Gómez-Pimienta
Hotel Habita, México DF
Hans Zwimpfer
Peter Merian Haus, Basilea
Argumentos y reseñas
Maestros centenarios. En 2002 se cumplen los cien años del nacimiento de cinco importantes arquitectos modernos, y se celebra con exposiciones y otros fastos el sesquicentenario del catalán Antoni Gaudí. Porque contribuyeron a crear una arquitectura que todavía hoy conserva el ‘aura’ de nueva merecen ser recordados tanto los proyectos visionarios que el ruso Iván Leonidov no consiguió construir, como el mobiliario y los edificios que el danés Arne Jacobsen y el húngaro Marcel Breuer llegaron a materializar.
Arte / Cultura
Luis Fernández-Galiano
Seis centenarios y medio
Ginés Garrido
La suerte de Leonidov
Paloma Gil
Jacobsen, cotidiana coherencia
María Teresa Valcarce
Breuer, la vanguardia íntegra
Historiografía y crónica. Un estudio crítico de las historias de la arquitectura moderna y una crónica visual de sus edificios comparten protagonismo en los estantes con monografías de figuras del siglo xx y contemporáneas.
Historietas de Focho
Bernard Tschumi
Autores varios
Libros
Últimos proyectos
Tres obras de Kengo Kuma. Con el objetivo de disolver su arquitectura en el entorno, el japonés Kuma recupera tradiciones de su país, especialmente la de sus delicadas celosías y pantallas, y las reinterpreta en el contexto contemporáneo de dos pequeños museos alejados del bullicio urbano y un aparcamiento junto a una estación, empleando para ello piedra, madera y hormigón. El despiece, la combinación y la superposición de estos materiales crean insólitos efectos de luz y desdibujan los límites entre interior y exterior.
Técnica / Diseño
Kenichi Ueki
Kuma, poéticas del filtro
Un peso leve
Museo de la piedra, Nasu
Virutas de luz
Museo Hiroshige Ando, Batou
Partitura prefabricada
Aparcamiento, Takasaki
Para terminar, el periodista Marc Llorens, residente en Buenos Aires y autor de varias guías de la ciudad, relata los efectos sobre la capital argentina y sus edificios de la crisis política y económica desatada el 20 de diciembre. Productos
Vidrio, cerámica, mobiliario
Marc Llorens
Buenos Aires tras el 20-D
Luis Fernández-Galiano
Voces de vidrio
El vidrio mudo dio voz al siglo xx; en el actual, el vidrio vocea para hacerse oír. Las dos almas del vidrio dieron vida a las vanguardias: las facetas talladas del vidrio cristalino sirvieron como símbolo de regeneración luminosa, y la exactitud laminar del vidrio transparente se usó como emblema de perfección mecánica. Si los cristales de cuarzo de las arquitecturas alpinas prometían renovar el mundo desde la pureza mineral de la naturaleza, las fachadas vítreas de las construcciones urbanas ofrecían transformar el entorno a través de la razón ecuánime de la máquina, y tanto los reflejos como las transparencias se asociaron para dibujar un futuro de claridad material y visual. Pero ni los destellos subjetivos del crisol expresionista y romántico se acomodaron bien a la matriz regular y geométrica de la objetividad ilustrada, ni el ilusionismo barroco y rococó del vidrio azogado consintió su exilio del territorio moderno, y el panorama unánime del vidrio transparente acabó fracturándose en un paisaje de espejeantes esquirlas cristalinas.
La transparencia moderna había hallado en el vidrio la mejor metáfora de una sociedad abierta al escrutinio, fascinada por la precisión industrial, y que levantaba como bandera la verdad constructiva, la lógica funcional y las formas elementales. Esta interpretación, canónica desde Pevsner y Giedion, que hacía pasar el eje del siglo por la mecanización, Gropius y Berlín, se puso en cuestión por la crítica formalista anglosajona, que prefería articular la revolución moderna a través de las mutaciones artísticas, Le Corbusier y París, y ése es el relato que subyace al énfasis de Colin Rowe en la transparencia aparente de la pintura cubista frente a la transparencia literal de las arquitecturas de vidrio. Sin embargo, no sería esta revisión historiográfica la que quebraría el vidrio moderno, sino las convulsiones dramáticas que socavaron la confianza optimista en el proyecto ilustrado, mostrando la dimensión totalitaria de la razón técnica, y evidenciando el carácter oscuramente opresivo de la ciudad transparente de las luces.
Como Goethe en su lecho de muerte, la arquitectura moderna reclamó «luz, más luz», y esa voluntad luminosa terminó pervirtiéndose en prismas cristalinos que la ciencia ficción imaginó habitados por androides, mientras las utopías aristadas de Taut en los Alpes se reemplazaban por las geodas heladas de Supermán en el Ártico, y las geometrías esenciales de Malevich alumbraban el monolito hermético de Kubrick, un cristal inhumano que resume la crisis terminal de la razón moderna.La frágil frialdad del vidrio lo hace tan ingrato al tacto como extraño al cobijo o a la huella, y no sorprende que Barragán nos advirtiera del error de haber sustituido «el abrigo de los muros por el desamparo de los ventanales», ni que Derrida escenificara su ruptura con los arquitectos deconstructivistas en torno a la defensa por éstos del vidrio, cuya naturaleza inalterable «no permite que la existencia humana deje trazas de su paso». Mientras oímos el estrépito de los cristales rotos, el sueño vítreo se torna una vigilia vidriosa.