Pueblo para el Instituto de Colonización, Esquivel
Alejandro de la Sota 

Pueblo para el Instituto de Colonización, Esquivel

Alejandro de la Sota 


Los esfuerzos en favor de la modernidad llevados a cabo por los arquitectos de la Segunda República se desestimaron al terminar la Guerra Civil. Una, grande y libre, la arquitectura de los años cuarenta se afanó en rescatar de la herencia autóctona los signos identificativos de un pasado glorioso. En las ciudades se resucitó el lenguaje de Herrera y Villanueva; y los pueblos tradicionales fueron el modelo para los asentamientos agrícolas promovidos por el Instituto Nacional de Colonización en las nuevas zonas de regadío. Aunque la economía del momento exigía racionalidad constructiva y sobriedad formal, era también necesario dotar de ‘cierta gracia y carácter’ a esos pueblos hechos de una vez. Con esa intención se sumaron los principios urbanos de las ciudades coloniales a los valores materiales y plásticos de la tradición rural.

Entre 1941 y 1947 Sota trabajó en el INC. Fruto de esta relación fueron los encargos de pueblos que recibió en los años cincuenta: Esquivel, en Sevilla, proyectado en 1952; y La Bazana, Valuengo y Entremos, los tres en Badajoz, proyectados entre 1952 y 1956. De todos ellos el más conocido es Esquivel, enclavado sobre una llanura y abierto en abanico hacia la carretera que conduce de Sevilla a Lora. Su trazado simétrico refleja los principios jerárquicos de la sociedad española de posguerra. La iglesia y el ayuntamiento flanquean la entrada del pueblo, y sus perfiles destacan sobre el conjunto. Las casas principales, en hilera, ocultan la plaza de la artesanía y las casas del pueblo, agrupadas en racimo a lo largo de las calles secundarias. Sus ocupantes forman pequeñas comunidades alrededor de las plazoletas intercaladas en el interior de las manzanas.

Sota repetía a menudo que «el corazón tiene unas razones profundas que la razón desconoce». Esta sentencia popular justifica algunos rasgos informales que invocan la tradición vernácula: los detalles de puertas, ventanas, rejas, farolas, fuentes y tapias, rescatados de la memoria de sus viajes por Andalucía y superpuestos aleatoriamente al trazado esquemático de la ordenación. Desde la carretera, Esquivel parece uno de tantos pueblos de cal y teja hechos por manos anónimas a lo largo de siglos. Sus calles están animadas por el ritmo libre que marcan las fachadas de las casas y las tapias de los corrales. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos, la arquitectura de autor queda reflejada en la uniformidad construc­tiva de las fábricas y los detalles. «La arquitectura es intelectual o popular; lo demás es un negocio», sentenciaba Sota años más tarde. Como estampa pintoresca y como producto de propaganda del Estado, Esquivel había quedado a mitad de camino... [+]