Iglesia de San Francisco de Asís, Pampulha
Oscar Niemeyer 

Iglesia de San Francisco de Asís, Pampulha

Oscar Niemeyer 


La posguerra latinoamericana tiene poco que ver con la europea. Si en el viejo mundo tuvo lugar una vuelta a la piedad básica y bíblica, en una sociedad conmovida hasta sus cimientos y necesitada de un nuevo humanismo cristiano después de la hecatombe, el nuevo mundo estaba de enhorabuena. Los estados del Sur, aliados forzosos del Norte vencedor, gozaban de buena salud y de un optimismo subsidiario que podía permitirse mantener el experimento de la modernidad sin demasiada tensión social, y sin plantearse una ética de posguerra. Quizá los murales de azulejo del ceramista Portinari —que con su imaginería franciscana y su trazo grueso vienen de la tradición de iglesias y palacios portugueses — entroncan con las formas de la piedad primitivistas y naïves que van a ponerse de moda en el continente europeo.

El Óscar Niemeyer de mediados de los años cuarenta parece disfrutar plenamente con el modelado de los edificios del conjunto que levantó junto al lago de Pampulha, proyectado como zona de esparcimiento de un nuevo y selecto barrio residencial en las afueras de Belo Horizonte con la participación de los magnates locales de la política y las finanzas. La iglesia se levanta sobre la ribera del lago como también lo hacen el casino, el club náutico o la casa de baile, todos adscritos al desenfadado estilo internacional de un Niemeyer destinado a brillar con fuerza; todavía no se había adherido al Partido Comunista, pero cuando lo hizo no renunció por ello al encargo religioso; se entregó con pasión a crear otro icono formidable: la catedral de Brasilia, esta vez menos fresco y más monumental, pero más fácil de imitar y de interpretar.

El arquitecto brasileño entiende la iglesia como una oportunidad formal, y su intuición plástica abrirá paso a no pocos juegos de forma. El programa litúrgico en una iglesia que es casi un adorno en un barrio moderno se interpreta como una excusa para ensayar el espacio bajo la losa ondulante de hormigón. Los juegos de luces entre las dos bóvedas y la asimetría de la composición producen efectos sorprendentes y una sensación de ligereza y de movimiento inéditos; esa maestría de las losas ondulantes o plegadas de hormigón no siempre se encontrará en generaciones posteriores. En Pampulha, la cubierta tiene la elegancia de Arp y la gracia del sarape de ‘Los Tres Caballeros’ de Disney, sin los prejuicios o las exhibiciones de ingeniería que vendrán después con Torroja o Candela, y sin voluntad eclesial de Dieste...[+]