La propuesta parte del carácter problemático del edificio preexistente, que es, por un lado, uno de los pocos restos que quedan en pie del Palacio del Buen Retiro, pero que, por el otro, se ha visto tan alterado a lo largo de su historia que funciona en realidad como un palimpsesto de capas de significado. El reto, por tanto, ha sido decantar lo que de ‘permanente’ tiene el edificio, para hacerlo convivir con las exigencias del programa funcional.

Decantar aquello que es en verdad valioso desde el punto de vista histórico implica jerarquizar entre distintos estratos, eliminando los que desvirtúan o debilitan la percepción del edificio original, en este caso los añadidos del siglo xix: el ala Sur y la cubierta con mansardas. Así, la cubierta deja paso a un tejado de pizarra con poca pendiente que evoca la materialidad de los chapiteles del viejo palacio, mientras que el ala se sustituye con una pieza baja conectada a la calle. La altura de este cuerpo añadido es la misma del zócalo del edificio preexistente, igual que lo es el material con el que está revestido —el granito madrileño—, de manera que se produce una sutil continuidad entre lo viejo y lo nuevo. Por encima de este zócalo asoma lo que queda de la fachada original del Salón de Reinos, que queda descarnada y cuyos huecos se resuelven con un sistema modular de jambas de aluminio...[+]