Vivir juntos
Los europeos necesitamos vivir juntos: vivir juntos en alojamientos colectivos y ciudades compactas, y vivir juntos en países solidarios y un continente común. En esta hora difícil de Europa, recordar la lógica económica y ambiental del residencial comunitario y de la urbanidad densa —y esto procuramos con las obras aquí recogidas y con el artículo que las precede— equivale a ofrecer una metáfora arquitectónica del reto político a que se enfrenta nuestro continente, fragmentado en naciones que persiguen con miopía objetivos divergentes, y estas a su vez fracturadas por banderías que ignoran un proyecto compartido. Sin embargo, Europa sólo puede enfrentarse con éxito a una crisis que ha puesto de manifiesto su declive geopolítico reforzando su estructura institucional y su cohesión territorial. Debemos vivir juntos, y también pensar juntos en los desafíos colosales que se abren ante nosotros.
Esta península de Asia no es ya el centro económico o político del mundo. Si los anteriores ensayos de unificación europea —que inevitablemente asociamos a los nombres de Carlomagno, Carlos V y Napoleón— eran apuestas imperiales de proyección de poder, la actual atribulada unión lo es de supervivencia, motivada primero por el temor a ver desangrarse de nuevo al continente en guerras intestinas, y justificada hoy por la vulnerabilidad comercial o financiera de sus economías. Debilitada la protección militar de Estados Unidos, que desplaza crecientemente sus efectivos hacia el teatro del Pacífico, dependiente para su suministro energético de una Rusia imprevisible y un Medio Oriente convulso, desafiada cultural y demográficamente por un mundo árabe en ebullición, y abrumada por la vigorosa competencia mercantil asiática, la Unión Europea se encamina hacia una encrucijada histórica.
Desde el limitado campo de la arquitectura apenas podemos hacer otra cosa que subrayar la importancia crítica de los tipos edificatorios y los modelos urbanísticos en el consumo de energía —condicionante esencial de la dependencia exterior— y la trascendencia del ámbito público de la ciudad en la formación del espíritu cívico y la voluntad colectiva: vivir juntos es económica, ecológica y socialmente saludable. Los dos congresos internacionales convocados por la Fundación Arquitectura y Sociedad en 2010 y 2012 lo hicieron bajo lemas complementarios —‘Más por menos’ y ‘Lo común’— que acaso resumen bien las opciones en este momento de crisis: suministrar más utilidad y belleza consumiendo menos recursos, y dar prioridad a todo aquello que compartimos; frente al despilfarro y al individualismo, la austeridad y la solidaridad. El significado de vivir juntos tal vez no sea otro que ese.
Luis Fernández-Galiano