Opinión 

La fatiga de Europa

Luis Fernández-Galiano 
31/12/2005


Los europeos se jactan de su tenaz tradición experimental en el terreno de la vivienda, pero un recorrido distraído por las últimas realizaciones residenciales arroja un balance de sabor agridulce. Al margen de algún alarde técnico y alguna ocurrencia tipológica, casi todos los proyectos presentados aquí destacan por su depuración geométrica, sofisticación material y elegancia compositiva. Más bien que producto del Estado del Bienestar, son consecuencia del bienestar del Estado —promotor de muchos de ellos— y de la prosperidad social que evidencia el boom de la promoción privada. Muestra del refinamiento de las élites europeas, estas obras son también testimonio de la fatiga propositiva de un continente demográficamente envejecido, cada vez menos competitivo en lo económico, y con una industria del conocimiento pertinazmente rezagada respecto a las universidades y laboratorios del norte americano, y ahora también frente a la pujanza asiática.

Sean las nuevas torres residenciales que surgen en los bordes fragmentados del continuo urbano, los conjuntos de vivienda con los que se completa, sutura o revitaliza ese tejido, la variedad volumétrica de los bloques ubicados en entornos de naturaleza singular, o las agrupaciones de casas que otorgan una tibia urbanidad a las periferias, estas diferentes formas de habitar la ciudad europea comparten un entendimiento esencialmente esteticista de la construcción del entorno, como acaso resulta inevitable en un continente tan opulento como hoy resulta ser el nuestro. Excelentes piezas artísticas y formales, pero sólo en raras ocasiones renovadoras propuestas sociológicas o políticas, estos proyectos atestiguan el desajuste contemporáneo entre la calidad de la arquitectura y el desconcierto del urbanismo, que hace de estas joyas indiscretas un incómodo recordatorio de los tiempos, no tan lejanos, en que vivienda y ciudad eran exploraciones inseparables.

Aunque es cierto que la arquitectura europea atraviesa un momento de auge, y que su nivel medio supera el americano o el asiático, esta afirmación taxativa sólo es válida desde una percepción apocopada de sus propósitos y límites, una concepción estrecha que la constriñe a la creación de objetos exquisitos. Entendida en términos algo más generosos, la arquitectura incorpora tanto la inventiva tecnológica y la pericia en la distribución que caracterizan el contexto americano como las coreografías sociales y la eficacia en la producción que son distintivas del modelo asiático, y ambas parejas de coordenadas se cruzan en los proyectos que cierran el número, donde la construcción por componentes se pone al servicio de la suburbanización de Texas o California, y donde el rigor versátil de los programas orquesta la densidad hiperurbana de Tokio: dos ejemplos extremos que quizá contienen alguna lección útil para esta Europa equidistante y exhausta.


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