Opinión 

Urbicidio ucraniano

De Mariupol a Járkov

Opinión 

Urbicidio ucraniano

De Mariupol a Járkov

Luis Fernández-Galiano 
29/03/2022


Hace tres décadas, la biblioteca de Sarajevo desventrada por las bombas fue el símbolo del urbicidio balcánico, como se documenta en el artículo de 1993 publicado en la página 24 de este número. Hoy, el puente a las afueras de Kiev, volado por el ejército de Ucrania para dificultar el avance ruso, y bajo el que se agolpa una multitud que intenta huir de la ciudad, es el mejor resumen gráfico de un conflicto bélico que ha causado la destrucción de innumerables infraestructuras y provocado el éxodo de la población. La ciudad de Mariúpol, devastada para hacerse con su puerto sobre el mar de Azov y cerrar el corredor entre Crimea y el Donbás es el ejempo más trágico de un urbicidio que inevitablemente evoca las imágenes de la chechena Grozni o la siria Alepo, reducidas a escombros en las guerras de 2000 y 2016.

Hasta ahora, las tres ciudades de mayor valor patrimonial han sufrido pocos daños: Leópolis, la mítica capital de la Galitzia austrohúngara, y cuya condición multicultural se refleja en la sucesión de nombres —Lwów, Lemberg, Lvov, Lviv— que ha ido sucesivamente recibiendo, se encuentra alejada de los combates, en el oeste del país; Odesa, la monumental ciudad fundada por Catalina la Grande sobre el mar Negro, está estratégicamente situada entre Crimea y Transnistria, la franja de territorio moldavo en la orilla oriental del río Dniéster controlado desde 1992 por un gobierno separatista prorruso, y por tanto dramáticamente amenazada; y Kiev, asociada a los orígenes medievales de Rusia mediante la Rus de Kiev, se ha visto especialmente dañada en su perímetro por el cerco a que está sometida, pero la destrucción no ha llegado todavía al centro de la ciudad, a la catedral de Santa Sofía, al monasterio de San Miguel, al Maidán o a la calle Jreshchátyk, cuyos edificios fueron ya volados por el Ejército Rojo al retirarse en 1941 y reconstruidos por Stalin para configurar una avenida monumental.

Además de Mariúpol, la ciudad más golpeada hasta la fecha ha sido Járkov, capital de Ucrania entre 1917 y 1934 (a partir de entonces lo fue Kiev), próxima a la frontera rusa y bombardeada desde los primeros días de la guerra, con probables consecuencias para los muchos edificios art nouveau levantados por el auge industrial de principios del siglo XX, y sin que tengamos constancia de lo que ha podido sufrir el más importante conjunto de la vanguardia arquitectónica, el Gosprom-Derzhprom, construido entre 1925 y 1928 para albergar las oficinas de la industria estatal, y sobre el que se extiende la crónica de Jean-Louis Cohen en las páginas 46 a 49 de este ejemplar. La imagen que sí ha alcanzado las portadas es la del ayuntamiento, una imponente construcción de sobrio clasicismo que se muestra despojada de ventanas y parcialmente demolida, y cuyas cuencas vacías de los ojos pueden ilustrar bien las dramáticas declaraciones a The Economist de la principal historiadora de la arquitectura de la ciudad, preocupada por la posible destrucción de las bibliotecas y los archivos, y que oculta su nombre por temor a las represalias: «Nuestra Járkov es una nueva Varsovia, una nueva Dresde, una nueva Rotterdam… No quieren deconstruir solo los edificios, las infraestructuras o el Estado. Quieren deconstruirnos a nosotros, al pueblo de Ucrania».

Mientras los museos ocultan, protegen o trasladan a lugar más seguro sus piezas más valiosas, y mientras la memoria depositada en libros, documentos o legajos se procura mantener fuera del alcance de este vendaval de destrucción, sus sedes arquitectónicas están trágicamente expuestas al impacto de los misiles o las bombas, a la onda expansiva de las explosiones que destruyen carpinterías y cubiertas, y a la consecuencia inevitable de los incendios que arrasan los interiores, traduciendo en cenizas unas lluvias de fuego que devastan también los cuerpos y las almas.


Etiquetas incluidas: