¿Es posible imaginar dos artistas tan alejados como Richard Serra y Salvador Dalí, dos obras de arte más diferentes, más sujetas a concepciones del arte tan desiguales como una construcción con planchas de plomo del Serra de finales de los sesenta y un óleo de Dalí de la misma época? Lo analítico de Serra parece contradecir lo paranoico de Dalí. Posiblemente haya comparaciones más dispares aún e igualmente apropiadas para los suplementos semanales, en esa sección donde hay que encontrar la línea que conduce desde Josephine Baker hasta Tony Curtis. Y sin embargo, esta relación existe, y más directa, o más jugosa, que la que acabamos de poner como ejemplo: la común pasión de ambos artistas por Gaudí. Richard Serra valora en Gaudí su aspecto arquitectónicamente visionario, su capacidad de hacer adoptar a los materiales y formas una posición contra natura, desafiando peso y equilibrio, e incluso una relación patronímica: en alguna entrevista señala cómo Gaudí también lleva el apellido Serra por parte de madre. Desde un punto de vista diferente, Dalí ve en el arquitecto catalán la posibilidad de construcciones blandas, gelatinosas y comestibles, basadas en fórmulas convulsivas y ondulantes; en definitiva, la posibilidad de una arquitectura (o una escultura, ya que Dalí, comentando a Gaudí, identifica ambas), que sea como «una zona erógena táctil que se eriza». Lo que en el primero parece pasión por lo tectónico, es en el segundo pasión por lo comestible-erótico…