Anish Kapoor, los límites de la escultura arquitectónica
Leviatanes y babeles
La relación de la escultura con la arquitectura ha sido históricamente de dependencia. Frente al espacio arquitectónico, representativo pero cimentado en las coordenadas de lo real, la escultura aportaba una inyección de simbolismo concentrado. En el Erecteión de Atenas, el templo jónico despliega el genio espacial de sus arquitectos, el poder y la piedad de sus constructores, pero son las seis esculturas de mujeres jóvenes del pórtico sur las que condensan el relato de la traición de la ciudad de Caria, que colaboró con los invasores persas, fue invadida y sus jóvenes vendidas como esclavas. Sus figuras, sufriendo el peso de la traición de sus compatriotas, sirven de ejemplo y expiación. Con infinidad de matices, este tipo de dependencia se mantuvo y se amplió a lo largo de la historia.
Pero todo comenzó a cambiar con la aparición del Movimiento Moderno —una arquitectura que ya no puede leerse sino como organización espacial— en el que esta inyección de alegoría pasaría a la consideración de ‘crimen’, por emplear la contundente terminología de Adolf Loos. La escultura se refugia en parques y jardines, en rotondas y, eventualmente, a la sombra de edificios corporativos. Pero como arte que ha alcanzado su autonomía en la modernidad comienza una nueva vida en el interior de las salas de exposición. Sin embargo, una inesperada tendencia comienza a apuntar en el siglo XX y eclosiona al final de período: la arquitectura escultórica, relacionada con la idea del edificio como singularidad visual y referencia urbana. Después de estos acercamientos entre el lenguaje escultórico y el arquitectónico, la mayoría de las veces más un coqueteo que la búsqueda de un auténtico espacio compartido, surge una última sorpresa: la de las esculturas que no sólo imitan los procesos constructivos de la arquitectura, sino también su tamaño. Y no hablamos de intervenciones en el territorio como las de Robert Smithson o Denis Oppenheim, o intervenciones urbanas de carácter escultórico como las de Vito Acconci o Dan Graham, sino de simples y llanas esculturas que en un proceso imparable de espectacularización han acabado adquiriendo las dimensiones de un edificio...