El jugador golpea la bola con precisión en la parte inferior izquierda, rueda por el tapete y al chocar con otra —colisionar, diría un físico— produce en ambas un desplazamiento determinado por la velocidad y la rotación específica que el jugador le imprimió con el taco. Energía cinética, movimientos de rotación y traslación, elasticidad de los materiales, vibración sonora de los choques… El billar es un juego de física y el jugador emplea sus leyes aunque sea de manera intuitiva. En él, el campo de juego es verde y rectangular, instintivamente relacionado con un prado, mientras que el tablero de ajedrez, que tantas veces ha sido identificado con un campo de batalla, es cuadrado y se divide en otros 64 cuadrados, alternativamente blancos y negros, colores menos asociados a la experiencia de la naturaleza. Aunque eventualmente se ‘comen’, las piezas de ajedrez no chocan y se mueven por las previsiones posicionales del jugador. El ajedrez es un juego mental, en el orden de la materia gris producida por la mezcla del blanco y el negro, mientras que el billar es un juego de física (...)