Quimeras de cristal
Bruno Taut, ‘Arquitectura alpina’ y construcción cromática
Cuando tenía seis años, Bruno Taut (1880-1938) encontró una drusa cristalina y la conservó fielmente porque veía en ella el «castillo mágico en la montaña» que podría construir cuando fuese adulto. Esta premonición le acompañó toda la juventud y latió implícita en sus primeros proyectos y dibujos —más o menos convencionales los primeros; extraordinariamente poéticos los segundos— hasta florecer con el humus del enrarecido ambiente de la Alemania de la primera década del siglo XX. Fue en estos años cuando Taut empezó a relacionarse con los círculos teosóficos liderados por el novelista Paul Scheerbart, muy influidos tanto por las críticas socialistas al sistema social imperante como por el rechazo de la separación de la naturaleza y el hombre provocada por la razón tecnocrática, según una denuncia que entroncaba con la tradición del idealismo romántico alemán a través de la singular obra de Gustav Theodor Fechner (1807-1881) pero que también se nutría de la metafísica trufada de budismo de Schopenhauer o del nihilismo vivificador de Nietzsche. A estos precedentes ideológicos se sumaba el complejo ambiente político y social de las ciudades alemanas, especialmente de Berlín, a la que se consideraba una ‘nueva Babilonia’ cuyo crecimiento desaforado encarecía el suelo y la vivienda y destruía —sin construir otros nuevos— los antiguos tejidos sociales. Todo ello contribuyó a crear una atmósfera milenarista y contradictoria en la que se compadecían la vida en la ciudad con el odio a lo urbano, el alejamiento creciente de la naturaleza con el sentimiento profundo de su pérdida, el más cándido belicismo con el más exacerbado pacifismo. La I Guerra Mundial fue la consecuencia inesperada de toda esta violencia política y cultural latente, que rápidamente se extendió de manera desaforada por los campos de toda Europa. Fue en medio de tanta destrucción donde Taut encontró la oportunidad de darle forma a su premonición infantil...