¿Sigue siendo la arquitectura un arte musical? La historiografía moderna, más interesada en establecer canónicamente las rupturas que en desvelar críticamente las continuidades entre el presente y el pasado, ha convertido esta pregunta en una cuestión problemática. Con el fin del clasicismo, la idea pitagórica de que la arquitectura y la música son territorios fructíferamente afines, dejó de ser un lugar común para ir cayendo en un discreto olvido. Ni siquiera la apuesta romántica por la fusión entre las artes consiguió recuperar con provecho la relación entre ambas disciplinas, de tal modo que la vanguardia moderna —tan amiga, sin embargo, de postular relaciones sinestésicas de toda índole— no encontró en el vínculo entre lo musical y lo arquitectónico más que una curiosidad histórica o incluso una simple rémora burguesa, vagamente melómana y wagneriana, que había que combatir. Confinada a los márgenes, la música desapareció así del discurso de la arquitectura...