Opinión 

Paisajes probables


Marismas del Guadalquivir © Héctor Garrido

El paisaje es producto de la acción humana. No sabemos cuál será el futuro del entorno modelado por la emergencia climática, pero sí sabemos que esos paisajes habrán sido conformados por decisiones voluntarias. La deforestación de Haití a través de las talas para producir carbón vegetal contrasta con la protección de los bosques en la República Dominicana, y la frontera entre los dos países es un nítido alegato político y ambiental. Al iniciarse la cálida primavera de 2023, el Grupo de Expertos en Cambio Climático ha publicado su sexto informe de evaluación, cuyas dramáticas conclusiones deben servir de base para la COP28 que se celebrará a finales de año en Dubái: una cumbre de la ONU que ojalá asuma la urgencia del momento, tras las decepcionantes COP26 de Glasgow en 2021 y COP27 de Sharm el-Sheij en 2022. Han transcurrido tres décadas desde la primera reunión en Berlín, y solo la COP21, que cristalizó en el Acuerdo de París de 2015, parece justificar el esfuerzo de revisar las publicaciones científicas y congregar a una multitud de especialistas y políticos para establecer las medidas de mitigación y adaptación que reclama este reto planetario.

Pero junto al clima, que es el gran protagonista del debate, la biodiversidad merece mencionarse como otro soporte del paisaje, y otro motivo de alarma para la humanidad. Ambos asuntos fueron objeto de convenios en la Cumbre de la Tierra que se celebró en Río en 1992, y ambos se han desarrollado a través de Conferencias de las Partes (COP), que a través de sus siglas se han extendido del lenguaje burocrático de los organismos internacionales a la comunicación general. Sin embargo, si las COP del clima obtienen amplia cobertura en los medios, las COP de la biodiversidad pasan casi inadvertidas, y la COP15 realizada en diciembre de 2022 en Montreal no ha recibido atención suficiente, por más que sus acuerdos para orientar las acciones mundiales en favor de la naturaleza merezcan calificarse de históricos. Presidida por China y organizada por Canadá, la conferencia adoptó el Marco Kunming-Montreal que propone la protección del 30% del planeta y la restauración del 30% de los ecosistemas degradados para el año 2030, y con ese objetivo 30x30 la ONU ha aprobado en marzo el Tratado Global de los Océanos, que protege ese porcentaje de las aguas internacionales.

El convenio marco de la COP15 persigue también evitar la pérdida de áreas de gran importancia y alta integridad ecológica para la biodiversidad, y ello incluye humedales españoles como Doñana, las Tablas de Daimiel, el delta del Ebro, la Albufera o los asociados al Mar Menor, que deberían abordarse mediante acuerdos institucionales que los rescaten de la contienda política y el forcejeo electoral. Esos paisajes de gran riqueza biológica han sido moldeados por la geografía y el clima, pero igualmente por la intervención humana, y si tanto el calentamiento global y las reiteradas sequías como la explotación de acuíferos y la degradación producida por la actividad agrícola los ponen en riesgo, corresponde a nuestra decisión colectiva establecer prioridades y límites. Muchos descubrimos la belleza violenta del paisaje fractal de las marismas de Doñana con una película, La isla mínima, y sabemos que la defensa de estas áreas es un objetivo biológico, pero también estético: los paisajes probables de nuestro futuro común serán una geografía voluntaria que dará testimonio de nuestra responsabilidad ética y, en igual medida, de nuestra voluntad de proteger la belleza. 

Frontera entre Haití y la R. Dominicana © PNUMA


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