Casi exactamente un año después del 11-S, El País y El Mundo recogen en portada el escándalo de la pasarela Cibeles: el diseñador David Delfín ha presentado modelos con sogas de ahorcado, cruces de penitente y capuchas de verdugo; pues bien, lo censurable es que evocan burkas musulmanes. Unos días antes, en la pasarela Gaudí habían desfilado novias casi desnudas despertando menos polémica que la negativa de la sobrina de Bush a presentar ropa de inspiración árabe. ¿Qué fibra sensible toca lo islámico? Estamos acostumbrados a ver moda inspirada en uniformes nazis o comandos antiterroristas lo mismo que pasarelas utilizadas para la propaganda pacifista. ¿Qué orientalismo desviado hace que sólo lo musulmán sea ofensivo? ¿Sólo la sofisticación occidentalizada de la esposa del embajador de Kuwait es aceptable en Washington? Las fotografías de Shadi Ghadirian, en su combinación de indumentaria tradicional y objetos globales como el reproductor de música o la lata de Pepsi, expresan lacónicamente el conflicto. Entre la fantasía erótica del harén que evoca la belle mauresque de la postal argelina y el drama de marginación de las afganas de Salgado, los cuerpos detenidos y ausentes del 11-M madrileño abren una ventana al abismo de nuestra relación con el otro...[+]