De manera excepcional, El País dedica la primera página y la última a sendas imágenes de una palestina quemada viva por su propia familia, y ahora usuaria de una máscara enigmática, que expresa el horror a través del vehículo paradójico de una extrema impasibilidad. La cara oculta de Souad contrasta con el óvalo impecable y la mirada serena de la suicida palestina, o con el rostro escrito de la Faceless de Shirin Neshat, que nos amenaza con fiereza maquillada. ¿Es legítima la negativa de la teniente coronel norteamericana a cubrirse en Arabia Saudí, como exige el Pentágono? Sus compañeros de armas británicos expresan en el mismo país otra faceta del conflicto cultural en lo que atañe a la identidad y el rostro. Los ahorcamientos múltiples de Irán o los ajusticiamientos de mujeres en el Estadio Olímpico de Kabul, ¿justifican el gulag de los talibanes en Guantánamo? En contraste con la occidentalización vulgar de la ropa infantil, ¿tenemos derecho a mencionar la belleza del burka? Al cabo, hasta el bebé-bomba palestino es producto de Occidente, como son pop los murales antiamericanos de Bagdad y como existe una conexión íntima entre la Estatua de la Libertad con velo y el prisionero de Abu Ghraib con capucha. Pero no hay sino interrogantes, coincidencias, temores, ficciones...[+]